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Alí Van Van y los 40 caraduras

Juan Formell y su orquesta se presentan en Miami, Florida, el 31 de enero del 2009. Es la segunda vez que lo hacen desde 1999. Sólo quien desconoce el honor, como Formell, toca en un lugar que desprecia. Pero lo hace por mortificar y por las ventajas materiales y monetarias que la presentación le significa. Castro, junto con la destrucción física de Cuba, ha generado una selecta casta de espíritus abyectos de la que Juan Formell es uno de sus integrantes más prominentes.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com

Posted on Jan. 25/2009


El colmo es que usted se atreva a acusar a alguien de terrorismo cuando usted sembró de minas los campos de mi país, que han matado o dejado sin piernas a tantos niños durante la larga y sangrienta guerra civil auspiciada por usted.

Así ripostó Francisco Flores, entonces presidente de El Salvador a Fidel Castro, en la Décima Cumbre Iberoamericana celebrada en noviembre del 2000 en Ciudad Panamá, cuando el dictador cubano luego de negarse a firmar una condena contra la ETA, le llamó terrorista a Concha y su tía en el evento.

“¡Le dijo asesino!”, escuché exclamar alarmada a mucha gente ante la osadía del joven presidente centroamericano de increpar a una temida y vengativa entelequia política como el tirano de La Habana. No, no le dijo asesino —well, claro que en algún modo, sí…—, le dijo descarado. Y ésta es la ofensa más grande que se le pueda hacer a un hombre con honor. Sólo que Castro no lo tiene.

De todos modos, la estocada a Castro —que ya empezaba a dar indicios de chochez senil—, le llegó a fondo porque se puso a balbucear y, para rematar, ante su reclamo de réplica, recibió lo que en Cuba se llama un soberano “raspe” cuando el presidente uruguayo Jorge Batlle, que moderaba la conferencia, le mandó a callar porque ya había pasado su turno.

Descarado. Sí, más que asesino, o terrorista. Descarado. Eso fue lo que en realidad le espetó en pleno rostro Flores a Castro. Como que Bill Clinton le dijera narizón a Pinocho… o se lo dijera Barry Manilow a Barbra Streisand (¿o al revés?). Eso es ser descarado.

Descarado es, probablemente el más ominoso denuesto que un hombre pueda recibir, ya que lo de marica —con la versión superlativa del improperio— ha devenido hoy una afrenta arcaica que, por el contrario, muchos toman como elogio tras el reajuste de conceptos morales del siglo XXI.

Cuando se es un descarado —que habla o actúa con descaro, sin vergüenza o recato, según definen más o menos todos los diccionarios de Castellano—, se carece de dignidad y se opera en pro de un objetivo, no importa qué, sin el más mínimo sonrojo. Hay naciones, como Japón, que se erigen sobre una zapata de honor. En vergonzante contraposición hay hombres, como dijo Martí, penosamente carentes de decoro…

Un descarado. Eso es Juan Formell.

La obra de Castro rebasa la destrucción física y material de Cuba. Lo peor es el aniquilamiento del alma a través de una corrosiva ingeniería de su patente que, con la dedicación de la más voraz de las bacterias, ha ido devorando todos los valores abstractos que habrían de componer la mentalidad y proyección ciudadanas de una nación, como la ética, la moralidad, la decencia, la compasión, el pudor y el ser veraz. Por eso Castro logra que cubanos ametrallen en el aire a otros cubanos; que cubanos hundan y ahoguen a otros cubanos en el Estrecho de La Florida, y que cubanos pateen a otros cubanos que invocan la Carta Universal de los Derechos Humanos que, precisamente protegería a sus propios victimarios de los mismos excesos que practican y que, a la larga, siempre les caen encima también.

Mas junto con esto, Castro ha desarrollado una exquisita casta de abyectos, cuyos especímenes más sobresalientes en tanto que notables de la sociedad cubana son, entre otros, Lázaro Barredo, Reynaldo Taladrid y el resto de los diletantes de la Mesa Redonda, Silvio Rodríguez, Pablito F.G. y, ¡oh, el rey!, Ricardo Alarcón (si todo el mundo viajara se formaría una trabazón en los aires. ¡Genial!). Descarados todos, que predican los “patrones” de la Revolución para sus conciudadanos —o sea, austeridad, carencias, privaciones y limitaciones— mientras ellos disfrutan en la privacidad de sus hogares, al mejor estilo de Nicolae Ceaucescu, de las bondades del “imperio” y del mundo capitalista que critican y vituperan públicamente desde que se levantan hasta que se acuestan.

A esa nauseabunda ralea de la infamia pertenece por derecho propio Juan Formell.

Van van… yo sé que van van…
Así como Hitler y el propio Castro son genios, Juan Formell posee un gran talento musical. Hace más de 40 años, luego de separarse de la orquesta del maestro Elio Revé, Formell fundó el Changüí y, al borde de 1970, creó Los Van Van, cuyas primeras presentaciones tuvieron lugar en En Vivo, un programa meridiano de lunes a viernes en la televisión cubana que animaba Germán Pinelli. La orquesta se llamó Los Van Van en un acto de suprema lisonja a uno de los fracasos personales más grandes de Castro, la Zafra de los Diez Millones, que pretendía producir la aberrantemente inalcanzable cifra de 10 millones de toneladas de azúcar. Dos de las frases oficiales de la propaganda gubernamental para la campaña rezaban, “palabra de cubano: los diez millones van”, y “de que van, van”. Como era costumbre en los combos de la época, el tom-tom de la batería de la orquesta decía “Los Van Van”, acompañado del dibujo de unas cañas de azúcar. Formell y su orquesta cantaban una canción oda a los Diez Millones, cuyo estribillo repetía, van, van, yo sé que van, van...

Más allá del acto de supina guataquería originaria de Los Van Van, el conjunto, en cuanto a trascendencia musicalmente hablando, es comparable —quizás alguien se ofenda, I know— a la antológica orquesta Aragón. Los Van Van son para la historia de la música popular cubana contemporánea —en especial el llamado género tropical—, como los Rolling Stones para el inventario roquero de los casi últimos 50 años —¡arriba, copiadme usurpadores del Granma!—.

Pero, now… stop. Esto justificaría asistir al concierto de Los Van Van el domingo 31 de enero del 2010 en el James L. Knight Center de Miami, en La Florida.

Empero no… porque aquí entran en juego esas nubes del alma que impiden a una persona con honor acudir a un concierto cuyas virtudes puramente artísticas no son suficientes para obviar no sólo la orientación, sino la ofensiva proyección política del fundador de la agrupación que lo realizará. Juan Formell decidió, por su expresa voluntad, ser un personero, un vocero de la dictadura castrista que ya dura medio siglo y a veces pareciera que ese protagonismo le importa más que la propia prominencia artística.

Formell no pierde una oportunidad para subrayar —y de una manera bien agresiva, por cierto— su triste papel de defensor de lo indefendible. ¿Fue de los que firmó la carta de apoyo al fusilamiento de los jóvenes que intentaron escapar en balsa de Cuba? No hay que hurgar en la memoria histórica —de ayer por la tarde o de hace 30 años— para sustentar el patético rol ideológico de Formell. Sólo baste recordar recientemente cómo después de que Juanes reveló que de la parte cubana le garantizaron que no habría fetiches políticos en el Concierto por la Paz en La Habana, fue Formell el único participante que, insidioso, gritó, “el concierto ya se hizo, gústele a quien le guste y duélale a quien le duela”. Para rematar, luego Formell visitó Miami y, al llegar al aeropuerto, trató con irritante desdén y vil sarcasmo a la reportera de televisión que respetuosamente trató de obtener un comentario suyo. Ése personaje antipático es Juan Formell, y ahí están los archivos de audio y video que le perseguirán toda la vida… sólo que a él no le importa —es fácil imaginarlo diciendo prosaicamente, “eso, a mí, como el quimbombó, me resbala”—, y tal es la evidencia de su talante descarado.

Descarado, sí, infamemente descarado, infinitamente y desalmadamente descarado es Juan Formell, porque si le asistiera la más mínima decencia, no vendría a tocar a un lugar como Miami, que él desprecia. Pero lo que le complace es provocar y beneficiarse material y monetariamente de lo que le ofrece la capital del dolor cubano. Eso es carecer de honor. Y, de paso, ser mala gente. Si nos atenemos a lo que dicta la “norma” de la reencarnación, que uno arrastra cosas de otros pasados, Formell nunca ha sido japonés en otras vidas. Más bien lo será en su próximo paso por la Tierra para compensar su deshonroso existir en este capítulo existencial, y terminará haciéndose el hara-kiri con un samurai de bambú como en Rashomon.

Formell, además, jamás reclamaría entonces el justo derecho de artistas cubanos prominentes que viven en el exilio como Gloria Estefan, Willie Chirino, Albita, Marisela Verena o Amaury Gutiérrez, de tocar en Cuba. ¿Cómo es posible que un tahúr como Hugo Cancio se atreva a hablar de un “intercambio cultural”?

La democracia se basa en el libre albedrío ciudadano, claro que leyes de por medio, que el relajo ni en Roma era legal. Allá quienes pagaron el boleto para ver en pleno Miami a Formell y sus Van Van que —y lo advertimos— es una mojadita de pies que anticipa una visita en concierto de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, que cantará emocionado “es mejor hundirse en el mar antes que traicionar la Gloria que se ha vivido", a 90 millas de la pesadilla que prevalece.

Más allá del derecho que les asiste, quiene pagaron el ticket, no debieron hacerlo.

En Cuba comunista llevan 50 años invocando las definiciones. Vamos a hablar de definiciones aquí pues: Un verdadero exiliado cubano no debería asistir al concierto de Los Van Van en Miami. Quienes piensan que el genuino exiliado cubano se perfila por la fecha en que llegó, se equivocan. Ser un exiliado es cosa de mentalidad, no de edad, ni de demográfica expedita, ni importa si llegó en 1959, o en el 2009. A quien le repugne ir a ver a Los Van Van, haya llegado el día antes del concierto en Miami o 10 minutos después que Castro se hizo del poder en La Isla, ése es un verdadero exiliado cubano aunque precisamente como buen cubano en tanto que bailador, se le muevan los pies con La Sandunguera. El honor también se manifiesta a través del sacrificio y de negarse a ceder a la tentación.

Pero, lamentablemente no será así —he de reconocer—; irá al concierto un montón de gente para satisfacción además de la brigada de voceros del castrismo en el Sur de la Florida, cuya nombres ante la sola mención no me impide una arqueda ni siquiera todo el Gravinol del mundo y que integran la misma nómina que Formell, pero en ultramar: Aruca, Max Lesnick, Edmundo García, Lázaro Fariñas y un etc. bochornosamente un poco largo.

Yo, pagaría por no ir al concierto de Los Van Van.

No sé si la banda de Los Van Van tiene cuarenta integrantes como la de Alí Babá. Ojalá coincidieran unos números y otros para justificar, ingeniosamente, mi diatriba contra Juan Formell y su orquesta que, algún día —estoy seguro—, aunque para entonces él no esté en este mundo y ni aún así le importe —descarado post-mortem y ad eternum—, sea juzgado como un pobre diablo, un deleznable ente que vivió y respiró, más allá de sus dotes musicales, pero que se adhirió a una causa tan despreciable como lo fue, por ejemplo, la esclavitud hasta casi ayer, que contaba con muchísimos partidarios que, para colmo pensaban que tenían la razón. La injusticia a veces se las arregla muy bien para legitimizarse....

Formell, por sus poses, sería un excluible en una quimérica Cuba democrática, sin los Castro ni estela alguna de comunismo.

Me das pena, Juanito Alí Van Van y tu banda de 40 caraduras, que vienen a Miami a comprar i-Phones, televisores plasma y antenas parabólicas para ver luego en Marianao la televisión de la yuma. Igual me la da —acaso más— quienes te van a ir a ver, so pena del derecho que les asista…

Nota accesoria:
Dicen que Juan Formell en realidad ya no es el director de Los Van Van, sino su hijo Samuel, músico como él, percusionista por más señas. Sobre esta persona corrieron en Cuba y circulan en el exilio rumores de criminal, cuyos orígenes se remontan a La Habana, hace quizás unos 20 años. Como en Cuba es imposible obtener una certificación del asunto, recordemos lo que a nivel de puro chisme rodó en la capital del país entonces: Se decía que varios juveniles asaltaron y asesinaron una anciana en la barriada de Alturas de Belén, en el municipio Playa —antes Marianao—, para robarle una videocasetera. Es sólo un rumor, insistimos. Se dijo también en aquella época que la influencia de Formell —que ya era un “intocable” del establishment— logró salvar a su hijo del peso de la debida justicia. Lo que sí es cierto que el chiquillo, desde mucho antes, arrastraba un pésimo historial disciplinario, posiblemente a consecuencia del terrible síndrome del “hijo de papá”: Más de una persona sí puede recordar cuando el hijito fue expulsado del Conservatorio Alejandro García Caturla, en Marianao, La Habana, por orinarse alevosamente en el violín de un compañero de clase.

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