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Plástico nuestro que
estás en la Tierra

La revolución industrial del siglo XX pasa ineludiblemente por el plástico, una de las invenciones más versátiles del hombre. Mas sin duda, los plásticos tienen un lado malo. Hoy se les vincula con el incremento del cáncer, a pesar de lo cual difícilmente podamos vivir sin el género en pleno tercer milenio gracias a todos los beneficios que nos ofrece. Pero preocupa que... ¡es el hijo pródigo del petróleo!

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com
Posted on June 18/2010

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El aberrante derrame de petróleo en el Golfo de México tras el accidente de la plataforma de la BP frente a las costas de Louisiana, Estados Unidos, sospechosamente acaecido casi inmediatamente después del inusual anuncio por parte una administración demócrata de la autorización para prospección en las costas norteamericanas, colocó de nuevo al mundo en la disyuntiva de si debemos seguir usando el oro negro como fuente de energía.

Desde hace tiempo existe la conciencia mundial de que deberíamos hacer todo lo posible por abandonar el petróleo y acudir a otros recursos energéticos. De hecho, a través de los últimos 50 años han sido desarrolladas nuevas alternativas, cuya antigüedad inexplicablemente ignoramos, pues son tan viejas como el mismo protagonismo del petróleo en el siglo XX.

La primera razón por lo que las voces más conscientes del planeta comenzaron a reclamar apartarnos del petróleo es porque los pozos se agotan. Después, vino la mentalidad ecológica, que señala que el uso y manejo del petróleo en todas sus direcciones es contaminante y en circunstancias extraordinarias —como el escape del golfo—, lleva un adverbio indeseado: atrozmente contaminante.

No importa cuán adelantada es la tecnología hoy para procurar que el petróleo sea amigable a la Naturaleza, la cadena de pasos que componen su manipulación de punta a cabo, es decir, prospección, extracción, traslado, refinación y consumo, es lo mismo real que potencialmente polutoria, amén de la posibilidad de accidente. La peor pesadilla nos asalta cuando se producen episodios de marea negra como el caso de la explosión en instalación extractora en el golfo en el presente, o en el pasado los naufragios de los tanqueros Amoco Cádiz y Exxon Valdéz.

El país más sediento de petróleo en el mundo es Estados Unidos y sus mayores índices de consumo no están en la generación de energía eléctrica como muchos suponen. Sólo un 2% de la producción de electricidad en el imperio del Norte se apoya en el petróleo. Aunque hace más de 30 años que se construyó la última planta nuclear aquí y se está muy lejos en ese aspecto de Francia —que es la reina del uso del átomo con fines energéticos—, Estados Unidos tiene una red nacional de generación de este corte, con alrededor de un centenar de plantas, y además emplea muchísimo el carbón mineral con tales propósitos. El problema son los automóviles que ruedan por las calles y avenidas de la nación con un biberón de hidrocarburos en la boca. La mayor parte de la producción de petróleo en tanto que combustible se drena en los carros. Y también en la aviación comercial. ¿Es este panorama detenible, reductible, modificable..? Sí. Por lo menos en lo que a los autos respecta.

A través de una marcada tendencia, los fabricantes de autos procuran motores más eficientes.

Aún cuando no se trataba de un acto deliberado, la verdad indica que desde el primer motor de combustión interna a bordo del automóvil pionero de Ford, de Daimler o de Benz, allá por 1896, hasta el que se encuentra en el siglo XXI en un Hummer —injustamente visualizado como el carro más tragón del mundo, pero valga el ejemplo—, los motores, en línea ascendente son más y más económicos cada vez. No sólo porque con los años se han reducido las cilindradas, sino porque aún cuando éstas han crecido, lo mismo proporcional que directamente respecto de su potencia, los motores hoy son más eficientes. Un Ford Edsel de 1958, con motor V-8 de 6.7 litros hacía unas 8mpg. En el 2010, el Ford Mustang 5.0, de 412hp, reporta 26mpg. Y no olvidemos los motores diesel y los de inyección turbo, y los autos híbridos que duplican estas cifras mediante el uso combinado de un motor de combustión interna con otro de gasolina, que trabajan juntos o por turnos. Pero más allá de las mejoras que desencadenan por sí solas el avance de la tecnología, ahí está también la ley: CAFE es una ordenanza federal en Estados Unidos que desde 1973 exige de los fabricantes un rasero mínimo de eficiencia. Y la barrera no es impertérrita, sino que se alza cada cierto número de años.

De esta manera, existe la determinación —y la obligación también— para que en lo que a automóviles respecta, cada día seamos menos dependientes del petróleo y eventualmente logremos librarnos del todo de su grillete si los autos eléctricos, de hidrógeno o de energía solar reemplazan totalmente a los movidos por hidrocarburos, del mismo que los carros de combustible líquido —preferencialmente de gasolina— sustituyeron a los carruajes tirados por caballos. En este momento, como nunca antes, estamos en pleno desarrollo de vehículos eléctricos de producción. A finales del 2010 llegarán al mercado regular el Chevrolet Volt y el Nissan Leaf, vehículos eléctricos.

Sin embargo, tenemos una dependencia beneficiosa del petróleo de la que sí no se vislumbra un reemplazo: la producción de plásticos.

El siglo XX es el siglo de —sí, eso mismo— los automóviles, el siglo de los aviones y de la electricidad. Muchas de las grandes cosas que utilizamos hoy —como dos de las que acabamos de mencionar— no nacieron ahí, sino antes, pero sin duda logaron su esplendor en el siglo XX. Y claro que el siglo XX es el siglo de las comunicaciones inalámbricas, de la computación y de la Internet, de los viajes espaciales, de la televisión y —¡oh!—, también es el siglo del humo y, sobre todo, de mucho, mucho ruido. Y el siglo XX es… ta-rá!, el siglo de los plásticos.

El plástico es el hijo noble, dedicado, obediente y versátil del cóctel de dinosaurios en añejo que se llama crudo.

El plástico fue creado por el inventor inglés Alexander Parkes en 1855, que mostró en la Gran Feria Internacional de Londres en 1862, bajo el nombre de Parkesine, en honor a su apellido mezclado con la palabra resina. Luego, gracias a su docilidad, comenzó llamársele plástico.

Se conoce por plástico al material de un amplio rango de origen sintético o semi-sintético, un polímero de alta masa molecular. La palabra es semejante en casi todos los idiomas porque proviene del griego plastikos o plastos, que significa moldeable. Así como ocurre en español, el vocablo plástico en la mayoría de los idiomas es a la vez sustantivo y adjetivo. La plasticidad es por tanto la condición inherente del medio, que le permite ser fundido, moldeado, impreso, estampado, troquelado, etc. Los plásticos se han diversificado a lo largo del siglo pasado para las composiciones integrales más difundidas actualmente que son el polietileno, el poliestireno, el polivinilo y el politetrafluoroetileno, éste último probablemente el más explotado, conocido simplemente como PET. Es el empleado en las botellas plásticas de aguas, un consumo de los más dramáticamente acentuados en la última década*. PC, PVC, PPC y PVDC son probablemente los acrónimos más conocidos de la más de una veintena de ellos con que en el mundo de la química se identifica parcamente su composición.

Desde su origen hasta a la actualidad, el plástico se manifiesta a través de diversos géneros como el celuloide, la bakelita, el nylon y la goma sintética —que no debe confundirse con la proveniente del caucho, de origen orgánico—. Los plásticos, tan nobles en sometimiento por su propia esencia, pueden ser más o menos cristalinos, más o menos flexibles, quebradizos, totalmente transparentes, translúcidos u opacos, de más o menos grosor, más livianos o más pesados, o más combustibles o resistentes al fuego o a las altas temperaturas según su punto de fusión pre-determinado. El plástico, como su condición inherente indica, es uno de los materiales más gobernables que el hombre ha creado y conocido.

El desarrollo del siglo XX pasa tan fuertemente por la electricidad como por el plástico. El plástico ha llevado sobre sus hombros a través de una centuria la gran tarea de sustituir materias primas, algunas de ellas de fuentes naturales como la madera. De no haber ocurrido su invención, desarrollo y uso, hoy probablemente estaríamos deforestados. Casi todo lo que hasta principios de siglo se basaba en la madera, paulatinamente fue siendo sustituido por el plástico. Pero ocurre que para el propio siglo XX —y desde antes— muchas de las cosas hechas de madera habían comenzado a ser hechas de metal, y ahí llegó el plástico para sustituirlo también. Otro género que también ha sido reemplazado por el plástico es el cristal y hasta algunos textiles, el cuero y el papel han cedido su trono al plástico.

En los años 70, quien por entonces tenía uso de razón, recordará el rol mesiánico del plástico para las bolsas de supermercado y otras del comercio en sustitución de las de papel con tal de proteger los bosques. Hoy, al comprar los víveres, los empacadores en las terminales de las registradoras nos conminan a utilizar bolsas de papel...

Trate de imaginar por un instante un mundo —simplemente el mundo que le rodea— sin plástico, y verá que no podrá ni eso mismo: imaginarlo siquiera. Toda la parafernalia de electrónicos que empleamos día a día, minuto a minuto, pasa por el plástico. Los muebles, las cámaras forográficas, los teléfonos, los juguetes, los CD’s, las computadoras y hasta las herramientas, componen la infinidad de bienes de consumo del momento que van desde los suntuarios hasta los necesarios, y son hechos de plástico. Alrededor del 80% del interior de un auto y 70% de la cabina de un avión de pasajeros se basan en el plástico. El plástico, gracias a su bajo costo producción —a pesar de que sacrifica otras materias y géneros en su consecución e incluso contamina al hacerlo— le ha ahorrado a la humanidad contante y sonante una cantidad incalculable de dinero y ha preservado muchas de las necesarias reservas naturales del planeta.

En realidad, la mayoría de las personas, acostumbradas a su uso y abuso, ignoran los favores del plástico y cuánto nos ha hecho avanzar. Por ejemplo, el universo de los recipientes y los contenedores sería otro sin la participación que el plástico tiene en él. No sólo la industria del agua y de los bebestibles o líquidos embotellados depende —y para bien— del plástico, sino la de todo aquello que necesita ser puesto en un contenedor para transporte. El plástico, por esencia liviano, ha reducido extraordinariamente los costos de embalaje y envío por peso y, además, permite el trasporte de más volumen de una cantidad dada, a diferencia de estar ésta contenida en recipientes de cristal o en huacales de madera.

Mas hay una industria de actividad necesaria, extrema, que a menudo se proyecta desde la urgencia y que hoy no podría supervivir sin el protagonismo del plástico: la Medicina. Aunque en un salón de operaciones la presencia del acero estéril inoxidable es fácilmente notable, trate de visualizar la supervivencia de un paciente durante una cirugía de corazón abierto y luego en el delicado e inaplazable estadío de los cuidados intensivos post-operatorios sin la cantidad de equipo o de bolsas y conductos de líquidos y oxígeno hechos de plástico. Imposible.

En el último par de años se insiste en una relación entre el incremento del cáncer y los plásticos. Un documental que circula en Internet vincula al mal con el consumo de agua embotellada en recipientes de plástico que liberan una sustancia nociva a su contenido.Y un correos electrónico itinerante advierte de los peligros de echar a andar el acondicionador de aire del auto sin refrescarlo antes a través de las ventanillas abiertas para evitar la exposición a gases de benceno emanados de las toberas plásticas recalentadas por la temperatura ambiental. Terrible.

Pero estas cosas, como otras revelaciones sorprendentes que de cuando en cuando recibimos que apuntan que lo que en un punto creíamos beneficioso es perjudicial, son corregibles. Los ingenieros químicos no demorarán en dar con otros polímeros que no produzcan esos efectos criminales, de ser absolutamente cierta su cualidad cancerígena. Pero los plásticos no pueden ser dañinos sólo en uso, sino también en desuso. La manera en que nos deshacemos de ellos, si lo hacemos irresponsablemente, penaliza al medioambiente.

Alguna campaña malintencionada manipula emociones a través de imágenes de criaturas salvajes atragantadas con plásticos o muertas por su ingestión. Pero aquí el culpable no es el plástico, sino la conducta humana. Si todos virtiéramos las sobras de la cena frente a casa cada noche, estaríamos todos enfermos. Existe una política mundial de reciclaje del material que si la respetáramos, nos salvaría de males nacidos de una manipulación negligente.

No somos esclavos del plástico. Mas bien, todo lo contrario… el plástico es nuestro sumiso sirviente. No hace falta deshojar una margarita para concluir que el plástico es más bueno que malo. Sólo que depende de un embrión díscolo que ya nos mortifica: el petróleo.

Los lubricantes, los detergentes y una cantidad de líquidos, gelatinas y espumas de aplicación comercial e industrial, al igual que los plásticos, provienen del petróleo. Así que en este punto tenemos una dependencia de él, acaso ignorada, que quizás rebasa ya o lo haga en un futuro inminente la relacionada con la producción de combustible para generar energía.

¿Seremos capaces de encontrar una fuente alternativa para producir plástico que no sea el petróleo… inventaremos un nuevo género que lo sustituya? El siglo XXI demanda esa respuesta. Y, mientras más rápidamente la obtengamos, mejor.

*Según el Container Recycling Institute (CRI), las ventas de agua embotellada en plásticos sube y sube en Estados Unidos. En los tres años que van del 2002 al 2005, las ventas casi se duplicaron de 15 billones de unidades a 29.8. Esto es casi 7 veces si comparadas con las 3.8 botellas comercializadas en 1997.

 
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