Es la segunda vez que pruebo el Volvo V40, lo que me sirvió para seguir apreciándolo más aún, a pesar de la lamentable omisión en el modelo 2001 del brazo derecho en el asiento del conductor, tras su debut el pasado año.
El V40 es un Volvo de pies a cabeza, sólo que en dosis reducida, lo que no significa necesariamente menos, pues por ejemplo, su motor 1.9 de 4 pistones en línea —la cilindrada de un Honda Civic— en versión turbo, le convierten en un coche suprasensible, de gran respuesta a las arrancadas. La planta, que genera 160 HP, está acoplaao a la misma transmisión automática de 4 velocidades que emplea uno de sus hermanos mayores, el S70.
Con una capacidad de carga de 61 pies cúbicos, el V40 es, en su tamaño, uno de los más notables protagonistas del caliente revival de los station wagon.
El precio básico es de alrededor de $24 mil dólares, que se incrementa según se suman amenidades. Para este año la paleta de color incluye matices como el amarillo Panamá —el mismo de la foto—. Nota final: aunque rueda las calles de Norteamérica desde hace sólo un año, Europa lo conoció desde 1996.
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