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FREE THE CUBAN FIVE!
Pero, ¡cuidado!, que no son los que usted piensa. Esta valla imaginaria exige irónicamente la libertad de otros cinco cubanos que desde hace años en La Isla quieren ver. Este artículo explica la valla y sus razones, y visita la amarga historia del racionamiento, las privaciones y las carencias de todo orden que ha sufrido el pueblo de Cuba bajo la tiranía castrista por el último medio siglo.
 
Mamoncillos ¿dónde están los camarones?
Camarones ¿dónde están los mamoncillos?
 
Posted on Jan/2012

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA
que se transmite cada domingo de 12:00pm a 1:00pm ET por WQBA 1140 AM,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes de 5:00pm a 6:00pm ET,
por Radio Mambí 710 AM, desde Miami, Florida.
ambas emisoras de Univisión Radio.

 

La historia de la Revolución castrista está marcada por el signo de las campañas políticas e ideológicas. Unas orientadas a la economía (¿la economía?), como la Zafra de los 10 Millones —la más colosal de todas pero no la más disparatada—, y otras no menos irracionales como, según el rasgo patológico del Orate en Jefe, la demencial desecación de la Ciénaga de Zapata para cultivar arroz, la siembra de pangola y la hierba de Guinea, el gandul, el café Caturra y el Cordón de La Habana, y la fundación genética de la súpervaca con nombre de caza a reacción, la F1, un portento en cuatro patas que ni pudo imaginar Dios, cruce de Cebú con Holstein, que tendría a partes iguales un gran volumen de carnes y una descomunal capacidad lechera.

Otras campañas, que marcharon en otras direcciones, fueron orientadas para arreciar el carácter ideológico del proyecto revolucionario, para radicalizarlo, subrayarlo y sostenerlo —precisamente algunas de éstas representaron cruciales inyecciones de coramina para la subsistencia del engendro—, o para lavar el “honor manchado” de la obra. A menudo, estas campañas rozaron los preceptos de la Revolución Cultural China o fueron cruzadas revisionistas, como el ejercicio de los enunciados del Congreso de Educación y Cultura de 1971, la Ofensiva Revolucionaria de 1968, la Rectificación de Errores de 1987, y la Batalla de Ideas del 2005. Pero las más sonoras, rayanas en la rabieta, son las campaña de reclamo. De éstas, la pionera, la más antigua, histórica y por tanto antológica, es la que exige el levantamiento del bloqueo, es decir, el embargo económico de Estados Unidos a Cuba (si quiere ver un análisis profundo sobre el tema, haga click sobre esta línea para consultar artículo del sujeto en este mismo website). Luego, hace unos 10 años, la pataleta por la devolución del niño Elián González, la única —hemos de recordar— en que gracias a la inefable dedicación de Clinton, Castro pudo convertir en trofeo tangible.

Una joven norteamericana miembro de las Brigada Venceremos conduce un tractor Piccolino durante el fracasado proyecto cafetalero conocido como El Cordón de La Habana.
 

Las campañas de reclamo de Castro (ahora en plural: de los Castros) tienen perfil paranoico. Se manifiestan a través de la más pertinaz de las obsesiones y son un factor clave en el propósito de mantener alelado al pueblo de Cuba a través de una asfixiante machacadera —cosa que comienza muy temprano con el adoctrinamiento de la niñez—, con tal de desviar la atención del ciudadano y mantenerlo en vilo y siempre ocupado en "resolver" necesidades elementales de consumo y servicio. También son la causa de que la sociedad cubana de la última media centuria mire al mundo y se mire así misma a través de un prisma de locura colectiva (de haberlas conocido, Ingmar Bergman las habría recreado en “El Huevo de la Serpiente”).

Estas "batallas" además, son más agudas en tanto más lo sea la crisis circunstancial de la Revolución. Cada episodio de flaqueza de la Revolución, lleva su campaña como antídoto y cura.

Tras la citada —y exitosa— pataleta por Elián del en ciernes moribundo Castro, éste necesitaba ya otra campaña de reclamo. Así nació la de la excarcelación de los 5 espías cubanos.

 

No vamos ahora a diluirnos en explicar el caso. Apenas diremos que, de consultar toda la prensa de cualquier índole que lo abordó, hallamos que fulano, mengano, fulanito, zutano y zutanejo, fueron procesados con todas las garantía del sistema judicial norteamericano y se demostró que son terroristas de estado, y en consecuencia recibieron las condenas severas que los mantienen tras las rejas (hay uno de ellos que fue liberado recientemente al cumplir su término, como Dios manda).

Lo de “Los Cinco”, aunque el gobierno de Cuba asegura que es una “designación” que tiene origen en la inspiración popular, es una invención del aparato de propaganda política castrista —que además copia el nombre de otros “luchadores” de la historia llamados "Los..." o "Las...", generalmente con un número que representa su cantidad—, lo mismo que hicieron con “La Marcha del Pueblo Combatiente”, que ellos dicen que es anónima, aunque todo el mundo sabe quién la escribió...

Pero no son sólo cinco. En realidad la Red Avispa era mucho más grande, y tenía más de media decena de enmascarados. Los otros miembros, con responsabilidades más tangenciales, negociaron sus condenas con la admisión de los delitos imputados y fueron enviados a Cuba o acaso se han quedado por acá con identidades nuevas. Pero los cuatro que quedan, no darán un paso fuera de su celda jamás antes de que expire su condena, así se quede sin voz la Revolución Cubana… a menos que —y en realidad desconocemos si tal pudiese suceder— les otorgue el perdón presidencial un mandatario especialmente demócrata —podría ser Obama— al concluir su administración.

La campaña por la liberación de los 5 espías comunistas no inició inmediatamente tras su condena y encarcelación. Castro no es tan rápido como mucha gente cree. Castro tiene más talento para la reacción que para la acción. Con Elián pasó igual; comenzó a reclamar al chiquillo casi una semana después (el martes) tras ser hallado el niño el jueves antes, el del Día de Acción de Gracias en la mar como náufrago, cuando la noticia del milagro ya le había dado varias veces la vuelta al mundo.

En la campaña por los 5 espías, hay que reconocer que los Castros ganan de una u otra manera. Si se los devolvieran, se erigirían como triunfadores y defensores de las causas justas. Si no, pues ahí tienen combustible para su plañidera exigencia (ídem: el embargo).

Si hay algo que los cuatro espías encarcelados deben saber ya a estas alturas a menos que se trate de empedernidos fanáticos, es que ellos son más víctimas de sus propios amos políticos que de sus acreedores legales. A pesar de que como ya dijimos los Castros se beneficiarían de su excarcelación, en verdad lo que más le conviene es mantenerlos presos para seguir con su cantinela. Como Saturno, una vez más la revolución castrista devora con fruición a sus más fieles servidores. Bien empleado les está…

Vayamos a la valla:
Entretanto, las autoridades castristas han encarcelado injustamente a Alan P. Gross y lo usan como probable ficha de cambio. Deben saber los gestores de tamaño atropello, que en cuanto caiga el castrismo en Cuba, ellos tendrán que responder ante la justicia. So, en medio de la campaña por los cinco, que arrecia, me vinieron a la mente otros 5 (en realidad otras 5 cosas) cuya liberación los cubanos de La Isla merecen: los viajes; la carne de res; la langosta y los mariscos; la Internet, y la televisión satelital. Eso es lo que resume gráfica y emblemáticamente la valla.

 

La Revolución Cubana de más de medio siglo de existencia se erige sobre una zapata de carencias, racionamientos y privaciones. Por alrededor de 50 años Castro (los Castros, pluralizamos otra vez ya que recientemente fue Raúl quien aplazó la puesta en vigor de la llamada reforma migratoria previamente anticipada por él mismo), le ha cortado a los cubanos el derecho a viajar libremente, fuera del país. También, los cubanos dejaron de comer carne de res y mariscos desde 1959. Y, desde su instauración en la existencia tecnológica contemporánea, los habitantes del Cuba no pueden, por decreto, acceder a la Internet ni mirar televisión satelital. Estos elementos los ubiqué a través del programa digital de manipulación de imágenes Adobe PhotoShop en una valla publicitaria inexistente, que los reclama irónicamente bajo la leyenda de FREE THE CUBAN FIVE!, que así proyectan la campaña castrista hacia el mundo anglo-parlante.

La valla —imaginada, insistimos— es una quimérica respuesta (well, quien sabe si a la larga no) a otra que los voceros de Castro plantaron en una ocupada arteria urbana de Miami, que reclamaba la liberación del quinteto de criminales y que, ante el furor popular por ofensiva, tuvo que ser retirada. Dicen ellos que son las intolerancias del exilio… No. Todo tiene su límite. Con la misma premura que fue descolgada, aún por encima del derecho a la expresión que caracteriza a los Estados Unidos, habrían sido igualmente abatidas aquellas que reclamaran en L.A. la pretendida inocencia de O.J. Simpson o la reivindicación moral de Osama Bin Laden al pie de Ground Zero. La ofensa tiene como defensa derecho a la censura… y al que le duele, le duele. Mire si no el todavía dale que dale con la mezquita musulmana en las cercanías del aniquilado WTC.

 
Una vez terminada la imagen de la valla que nos ocupa, la colgué en mis páginas de Facebook a modo de ironía como ya he dicho y, para mi sorpresa, enseguida corrió como reguero de pólvora en la red. Por ello, el lunes 9 de enero de este año, fue cortésmente invitado al programa Arrebatados, de María Laria, en AmericaTV, Canal 41 de Miami.
Pepe Forte, editor de este website y autor de la irónica valla FREE THE CUBAN FIVE, en el programa ARREBATADOS de María Laria, invitado al espacio para explicar su invención.
 

Este artículo es para revelar el origen de la idea y las circunstancias que le dan vida. Claro que hay cosas más serias que reclamarle a la dictadura castrista que el acceso de los cubanos de La Isla a las cinco planteadas en la valla. No somos ajenos a ello. Pero creemos en el valor de la sátira política, tan o más efectiva como arma anticastrista, de la misma manera que lo son la actividad disidente en Cuba, la marcha digna de Las Damas de Blanco, y cualquier otra gestión que el exilio —sobre todo en Miami— y sus organizaciones y personalidades más influyentes, ejecuten.

La libertad y el disfrute de los derechos humanos para el pueblo cubano sometido de allá, por supuesto que son más perentorios que ver un show por Pay Per View mientras se disfruta de un enchilado de camarones. Pero los cinco puntos de la valla, su ausencia de la vida cubana, son una realidad y también merecen su exigencia.

La idea gráfica de la valla es de este servidor, más no su esencia, hemos de reconocer. Desde hace años venimos escuchando así, a modo de broma —incluso antes de la encarcelación de los 5 espías cubanos—, de la liberación de la carne de res y de la langosta y los camarones. Y recientemente he visto comentarios o chistes online o en e-mails que sugieren que “los cinco cubanos que hay que liberar” son estos, los viajes, la carne, los mariscos, la Internet y la televisión por satélite.

Recordamos que al borde de 1989, cuando la revolución castrista se aprestaba a celebrar su tercera década, corría en La Habana el chiste verbal de que ese año veríamos otra vez los camarones y a las langostas, a los que le habían “echado” 30 años en 1959 (después de la pena capital por fusilamiento, la condena de 30 años de prisión es la máxima que contempla el código penal castrista).

La comida y ciertos alimentos en particular, fueron sujeto de decenas —quizás cientos— de chistes populares en Cuba, desde el arranque mismo de la Revolución y hasta hoy. Todos nacen de su ausencia o racionamiento. Por otro lado, no podemos dejar de mencionar que son también más de cinco cosas —de “baja intensidad” si comparadas con las trascendentales— aquellas a las que los cubanos por más de medio siglo el gobierno autoritario de Castro les ha cortado el acceso. ¿Cuál es la historia de estas cosas en Cuba, por las últimas cinco décadas? Esta:

Comencemos con el abastecimiento de víveres.

Las bodegas cubanas (o sea, las tiendas de víveres o de abarrotes), que eran verdaderos cuernos de la abundancia antes que el Rey Midas de las carencias gobernara el país, terminaron siendo cuevas desiertas y arrasadas tras ser tocadas por él. Las bodegas además tenían su encanto propio, a través de sus olores, sus sonidos y su decoración. Los potes de aceitunas y de golosinas dulces, y las pirámides de latas de leche condensada eran casi siempre sello distintivo en la decoración de las bodegas de antaño.

Todo esto, ha desaparecido. Las bodegas se transformaron en tugurios tristes, oscuros y malolientes, con despensas y anaqueles tan vacíos a los que les sobra pues precisamente la palabra bodega.
 
Obsérvese en esta foto de baja resolución el rótulo de GRACIAS FIDEL POR TODO LO QUE NOS DAS, al frtente del mostrador, lo cual es una ironía como para enmarcar.
El cubano gustaba de cocinar “fresco”, y por eso antes de que los Castros se hiciesen del poder en 1959, solía visitar la tienda de víveres diaria o casi diariamente. Esta tradición se extinguió: con la Revolución se iba a la bodega cuando corría la voz en el barrio de “¡llegaron los mandados!”.
 

El racionamiento castrocomunista —tal cual expresé en mi artículo sobre la cartilla de racionamiento que se puede consultar en este mismo website cliqueando sobre esta línea ahora— como la serpiente que se muerde su cola, se hacia más y severo dentro de sí mismo al punto que uno se preguntaba hasta dónde era posible reducir otro tanto la cuota de aceite, de azúcar —¡en la azucarera del mundo el dulce estaba racionado!—, de granos, etc. Fue lo que mucha gente se preguntó cuando Castro en un discurso en la época del Chile de Salvador Allende, anunció —por su cuenta y para sorpresa del pueblo— que cada cubano cedería una libra de su cuota mensual de arroz para ayudar al hermano país. (A mí, no me preguntó...).

 

La comida, comer, y comer cosas sabrosas se convirtió en una verdadera obsesión para el cubano en la misma medida en que esos géneros no sólo fueron racionados severamente, sino que desaparecían para siempre como por arte de magia de la canasta familiar y pervivían sólo en la mente del ciudadano, o se le veía en alguna película extranjera, mientras en la oscuridad del cine el público se relamía en silencio. Por sólo mencionar algunos —probablemente algunos lectores hasta lo hayan olvidado—, en la década de los ’60 pasaron al plano de la añoranza el jamón y el queso, la mantequilla, el chorizo y los embutidos en general, las manzanas y los turrones de maní.

El jamón fue por décadas una de las más quiméricas delicadeces del paladar de La Isla. La gente soñaba con arroparse en la cama algún día con una sábana no de seda, sino de jamón. Y cuando llegó a Cuba la canción “La Distancia”, de Roberto Carlos, el humor popular dijo que su letra era un diálogo entre el jamón y el cubano. El jamón cantaba: nunca más oíste tú, hablar de mí, a lo que el cubano replicaba, en cambio yo seguí pensando en ti.

En ese panorama de ensoñación de consumo por causa de su falta, cayeron dos íconos de la valla: la carne de res y los mariscos.

En cuanto a la carne de res, los hábitos de consumo del cubano antes de 1959 eran limitados si se compara, por ejemplo, con el ajuar cárnico argentino. Los cortes cubanos se resumían en términos generales al bistec de palomilla y al de riñonada, y la falda y el jarrete —estos últimos sobre todo para guisar con granos— , y el picadillo o la carne molida. El cerdo era más explotado en toda su anatomía —vísceras incluidas—, que la vaca. Pero el cubano comía carne cuando y donde le venía en ganas. ¿La frecuencia?: según el poder adquisitivo de cada quién. Pero la carne roja no tenía un precio prohibitivo. Lo demuestra la existencia de una carnicería —o casilla, como se le llamaba en otros lugares de la República— prácticamente en cada esquina de una ciudad como La Habana.

Las carnicerías cubanas corrieron el mismo camino de las bodegas después de la campaña de intervención de los negocios privados de 1960, liderada personalmente por Castro. Quedaron al frente de las carnicerías la mayoría de sus originales dueños a los que se les ofreció en compensación el puesto de administrador de la tienda con salario mensual fijo. Una gran parte de los carniceros de Cuba —así como de los bodegueros— eran españoles nacionalizados cubanos.

 

Tras la instauración de la “libreta de abastecimientos” (ya mencionada arriba) en la primavera de 1962, la carne de res fue racionada.

En La Habana inicialmente la cuota era de una libra por persona a la semana, mientras que en el resto del país, ¾. Aparte de ser carne de pésima calidad —que además, empeoró con los años— las opciones eran sólo tres: bistec, falda y picadillo. No se podía pedir la libra entera en uno o dos de los cortes mencionados, sino dividida obligadamente en ese trío. El resto de los cortes desapareció. De las vísceras, el único que a veces “venía” era el hígado. Pero las cuotas pronto comenzaron a dilatar la frecuencia de entrega. El ciclo se estiró a la novena, luego a la quincena, posteriormente cada 45 días y, desde el período especial de alrededor de 1991, la carne de res fue abolida.

Este limitado comercio de víveres, basado en raciones magras que a su vez se abreviaban más y más, trajo como consecuencia hambre. Si las tres cacareadas conquistas de la Revolución fueron —porque ya no lo son… y acaso nunca lo fueron— los servicios de salud, la educación y la estabilidad laboral, sus tres más sonados fracasos fueron el desayuno, el almuerzo, y la comida.

¿Y sobre las langostas, los camarones y los mariscos en general?:

Siendo Cuba una isla, los productos del mar en una amplia gama, estaban más ausentes de la mesa de la familia cubana que de una en el altiplano boliviano. Pero no por restricciones ni imposiciones gubernamentales, sino por cultura. Para una existencia insular, rodeada de agua por todos lados, a diferencia de por ejemplo, países como Perú o Japón, cuyas culturas culinarias gravitan en torno al mar, los cubanos durante siglos han arrastrado más un menú de tierra adentro, de corte campesino con origen español, que de pescados y mariscos. El cubano del pasado pre-castrista, gustaba más del llamado pescado de plataforma (el pargo, la cherna, la rabirrubia…) que de peces de más cuerpo (como la aguja, el dorado, el emperador o el serrucho). Pero Cuba, aunque culinariamente hablando vivía de espladas al mar, sí comía pescado y comía mariscos.

Las langostas y los camarones eran muy apreciados por los cubanos, y estaban acostumbrados a ellos. Los más exquisitos restaurantes de La Habana del pasado, como El Floridita, La Zaragozana, y Puerto de Sagua, ofrecían un delicioso menú marinero, de fama mundial. En cualquier esquina de las ciudades de Cuba el transeúnte se tropezaba con un puestecillo callejero de ostiones (precisamente Castro, cuando estudiante en La Universidad de La Habana, planeó abrir uno propio).

 

Castro dejó caer un pesado telón de acero inoxidable que todavía perdura sobre los mariscos. Pero él sí se los ha comido por toneladas. Impúdicamente le reveló a Frei Betto su receta personal del bobó de camarones, episodio que aparece en el libro “Fidel y la Religión”, que es una transcripción de la entrevista que le hiciera el fraile dominico brasileño, publicado en Cuba en 1986. En la página 30 del libro, Betto revela que lamenta haber demorado en enviarle a Castro el aceite de dendé, que es ingrediente esencial en la elaboración del platillo, y Castro entonces comenta: Hice tu receta de los camarones. Quedaron buenos, pero no puedo decir que óptimos, porque faltaba el dendé. Después me llegó el famoso aceite. Además, hice algunas modificaciones que luego quiero comentar contigo.

Más tarde, en la página 36, Castro, sibarita, añade: Lo mejor es no cocer ni los camarones ni la langosta, pues el hervor del agua reduce sustancia y sabor, y endurece un poco la carne. PREFIERO ASARLOS EN EL HORNO, O EN UN PINCHO. LA LANGOSTA ONCE MINUTOS SI ES AL HORNO, SEIS MINUTOS AL PINCHO SOBRE LA BRASA. De aliño, sólo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla.

En ese mismo párrafo, más abajo, cita que le gustó un consomé de tortuga que le prepararon, mientras el propio Betto admite que mucha de las charlas que sostuvo con Castro fueron de índole culinaria.

 

Sin más comentarios...

Acerca de la Internet y la televisión satelital, ¿qué decir? La censura sobre los medios foráneos fue siempre férrea en la Cuba castrista. Podía ser encarcelado un oyente que fuese sorprendido escuchando Radio Swan muy al principio de la Revolución, estación subversiva que los cubanos oían en privado con el volumen bien bajito, con el mismo sobresalto con que lo hacían los ciudadanos de los países comunistas del viejo continente que sintonizaban Radio Europa Libre o los judíos la radio alida en el ghetto de Varsovia.

Luego pasó igual con la programación en español de La Voz de América y su espacio cortado específicamente para La Isla, “Cita con Cuba”. Y póngale papel carbón a Radio Martí, que a la larga fue ferozmente interferida incluso en bandas de onda corta, lo cual es una flagrante violación de la radiofonía internacional.

Y la lista se diversifica en el atroz acoso en un antes y un después que incluye a la WQBA 1140 AM, fundada en 1965 en Miami, y más tarde Radio Mambí, también en la Capital del Sol, en 1985, y toda frecuencia originada en los países democráticos, como Radio Exterior de España y la BBC de Londres, por apenas mencionar un par más, cuyos oyentes si no encarcelados eran estigmatizados, que es una de las formas mas refinadas y dolorosas de la persecución.

La simple atención dedicada por los jóvenes cubanos a las inocuas emisoras comerciales de música que desde la Florida llegaban más fuertemente al occidente de Cuba, como la WQAM y la WGBS, de Miami —ambas de AM— o las de FM, como WAXY106; Y-100; 103SHE; 96X; Studio 107 o SuperQ —la mayoría de ellas hoy extintas—, fueron ubicadas en la peligrosa vitrina de la infidencia a través de los conceptos de penetración y diversionismo ideológicos.

El consumo de estas emisoras, que era la única fuente de información musical contemporánea del vibrante mundo anglo en ese aspecto para los cubanos bajo la cortina de caña brava, desencadenó, sobre todo para la recepción de las estaciones de FM, el fenómeno de las antenas, “cortadas” específicamente por manufacturadores privados para atrapar la onda a distancia. Inmediatamente el estado contestó, y comenzó a reprimir el fenómeno. El temido Jefe de Sector de la barriada tocaba a la puerta del vecino que instaló una antena de FM en la azotea de su casa y le conminaba a “bajarla” so pena de ser arrestado. La persistencia del cubano y su natural inclinación a la desobediencia, desató una batalla de quita y pon de las antenas tan pronto el oficial daba la espalda.

En ese mismo panorama se enmarcaban los intentos por atrapar del aire la señal de la televisión norteamérica de la Florida, que llegaba nítidamente sobre todo tras el paso de un frente frío que dejaba como herencia un panorama de altas presiones y cielos despejados que prometían la recepción. El ingenio popular y los ingenieros de bolsillo cubanos comenzaron a fabricar boosters para reforzar la señal. Luego, cuando comenzó la televisión codificada de circuito cerrado para los hoteles de turistas extranjeros en La Habana, estos mismos inventores de barriada se las arreglaron para decodificar la señal y ver la televisión de “élite” en sus hogares, captando la señal con antenas tan estrafalarias como las basadas en palanganas comunes o platones metálicos para ensaladas o para lavarse las manos, o bandejas de los comedores populares.

 

Al nacer la televisión satelital, los cubanos que viajaban fuera del país o que tenían familiares en el exilio, comenzaron a entrar a escondidas los discos receptores. Los que no eran detectados en la aduana del aeropuerto para su decomiso, entonces de nuevo tenían que torear la vigilancia policial que, si los descubría, los confiscaba. Sólo la cúpula gobernante y las personalidades privilegiadas del establishment cubano tienen acceso a la tele satelital en Cuba.

Pero el más perseguido de los cordones umbilicales con el mundo libre es la Internet. Igualmente que la tele por satélite, sólo los ciudadanos fieles al gobierno y en los que éste confía, tienen acceso a ella. A profesionales cuyo perfil ocupacional demanda información de tránsito cibernético, se les permite navegar en la red de manera supervisada desde las entidades en las que laboran y exclusivamente con las fuentes relacionadas con el ejercicio de la carrera. Entre estos usuarios y su correos electrónicos, media otra persona que como en las prisiones un censor de correspondencia lee las cartas de los recluso y sólo permite la entrada y salida de las autorizadas por él a ellos, les vigila sus e-mails y adónde entran online.

Para colmo, allá no se venden computadoras...

Y no podemos dejar de citar que los servicios telefónicos —a pesar del creciente wireless— son deficitarios en Cuba.

Los cinco cubanos pues que el pueblo de Cuba necesita ver en libertad son los que irónicamente refiere la valla, no los terroristas convictos que defendían con crímenes y violencia ese anacronismo histórico e injustificable que es la revolución castrista, que ya dura más de medio siglo.

De cuando en cuando hay que burlarse de lo que tanto nos ha hecho llorar...

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