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El 2 de agosto del 2013 se efectuó en Miami
el funeral del gran humorista cubano.
 

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA
que se transmite cada domingo de 12:00pm a 1:00pm ET
por WQBA 1140 AM, y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes
de 5:00pm a 6:00pm ET, por WAQI 710 AM,
en Miami, Florida, ambas emisoras de UNIVISION AMERICA

Posted on Aug. 2/2013

Los comediantes y los humoristas, cuando mueren, se recuerdan con risa. Y, cuando esto ocurre y uno va a su funeral, aunque te embargue te dolor, desconcertado terminas preguntándote que qué hace la gente llorando allí en torno al ataúd o a la fosa, cuando sabemos perfectamente que lo mejor que podríamos hacer en tal circunstancia es reírnos en honor al finado, como si se tratara de su último chiste y mejor chiste, gráfico, escrito o verbal, porque eso es lo que ellos habrían querido por toda eulogía. No veo una despedida a Guillermo Álvarez Guedes de otro modo que ese… pero lloraremos.

Lloraremos porque otra vez se nos ha ido un cubano querido, otro exilado que ha muerto sin volver a Cuba. Lloraremos porque además —triste ironía— perdimos al buen cubano que nos hizo reír, mientras que el mal cubano que nos ha hecho llorar, le sobrevive.

Guillermo Álvarez Guedes, que murió a los 86 años en Miami, Florida, el martes 30 de julio del 2013, nació en el año 1928 en el pueblito matancero de Unión de Reyes y, una vez que emigrara a La Habana en pos de una carrera artística que se labró él mismo, puede considerarse cuando miramos retrospectivamente, como uno de los fundadores de la radio y la televisión cubanas, y además uno de los pioneros también de la industria discográfica del país, porque allá fundó los Discos Gema.

Actor, cantante, presentador y promotor, desarrolló una exitosa y disímil trayectoria en los competitivos medios nacionales de los años 40 y 50. Y decimos competitivos, porque lo eran. La radio cubana progresó tan rápidamente desde su nacimiento en 1922 con la primera emisora de Luis Casas Romero, la 2LC, que enseguida nacieron programas, personajes y episodios seriados de gran garra en la audiencia, fenómeno que coronó con una de las apoteósis más grandes de la historia del éter en el mundo, la radionovela “El Derecho de Nacer”, del autor Félix B. Caignet. Y lo mismo aconteció con " La Tremenda Corte", un suceso del humor radial continental. Luego, cuando en 1951 Cuba se convirtió en la segunda nación del hemisferio después de los Estados Unidos en tener televisión, tanto ésta, inmediatamente floreciente, lo mismo que la radio, generaron allí una pléyade de estrellas en la que era difícil descollar, pero tal no fue óbice para que el talento de Álvarez Guedes lo hiciera.

Penosamente hoy, y ya por más de medio siglo, no se puede deslindar lo que fue una segunda etapa de la popularidad de Álvarez Guedes de lo más repugnante de la política. En cuanto Castro se instaló en el poder, Álvarez Guedes se convirtió en un exiliado cubano, pues entre sus muchas vocaciones le faltaba una: la de comunista. Es aquí que nace un Álvarez Guedes de dos dimensiones o, como la moneda en un solo cuerpo, dos facetas. La primera cara de ésas es la que miraban los exiliados cubanos, especialmente los de Miami, donde el artista terminó estableciéndose definitivamente, luego de haber vivido en New York y en Puerto Rico. Aquí Álvarez Guedes, en obra y ser, era tangible, una voz con un rostro, y viceversa. Fue en el centro gravitacional de los cubanos desgajados de su patria, y en esta etapa, con más fuerza particularmente en los 70, que el comediante se hizo famoso precisamente a través de sus presentaciones al público, en las que contaba en vivo chistes frente a un auditorio, shows que se grababan y más tarde aparecían en forma de LP’s. Por lo menos por dos décadas los cubanos en la Capital del Sol vivían al tanto de cuándo iba a salir “el último disco de Álvarez Guedes”. Hasta el presente, la colección es de alrededor de 30 volúmenes.

Sin embargo, a los cubanos de La Isla, especialmente para la generación de “los hijos de la Revolución”, les tocó la otra cara de la moneda, opaca e ignota como el lado oscuro de la Luna: Guillermo era todo un desconocido, y la única paridad de la combinación de sus apellidos Álvarez y Guedes con una figura pública se manifestaba en su hermana Eloísa, una excelente actriz recordada en particular por sus magníficas interpretaciones de campesina pero que, a diferencia de su hermano, se abrazó vehementemente a la dictadura. Algunos de quienes le conocieron de cerca dicen que era sólo una pose para supervivir y proteger a sus hijos…

Pero Guillermo Álvarez Guedes, en su país natal, como todo el que “se iba definitivamente”, entraba en una muerte de nuevo tipo, y así se lo fue comiendo el silencio que asume una apócrifa y forzada inexistencia. Hasta que comenzaron los viajes de los exilados cubanos en enero de 1979…

Hay que recordar que durante la primera y más feroz década de sufrimiento de las familias separadas, la de los 60, cuando los cubanos con vocación democrática abandonaron su patria a través de las escasas y estrictas modalidades para hacerlo —los vuelos de Pan American, la Operación Peter Pan, el Programa de Visas Waiver, los Vuelos de la Libertad Varadero-Opalocka y, por supuesto, las salidas clandestinas a través del mar en botes o balsas—, la tiranía castrista restringió severamente el correos Cuba-Estados Unidos, de modo que una carta podía demorar hasta 6 meses en llegar a un lado o al otro y, a menudo, ni siquiera lo lograba. Y tampoco existía conexión telefónica. Esta censura de comunicaciones, desgarradora en esencia humana, no sólo limitó contacto entre las familias y amigos aquí y allá, sino que le impidió el natural papel de eco o vector de aristas culturales o sociales de su tiempo, y por eso Guillermo Álvarez Guedes era ignorado por la gente nueva en su tierra; para los adultos de su propia época, apenas una referencia del pasado que se disolvía día a día.

Con lo que el gobierno cubano en un afán por evitar la palabras exilio y exiliados — por su significado político— llamó eufemísticamente “los viajes de la comunidad”, la vuelta y visita autorizadas después de 20 años de obligada ausencia de los cubanos de Miami a Cuba, fue que comenzaron a entrar los discos y, sobre todo cassettes grabados con los shows de Álvarez Guedes. Inmediatamente como el paramecio por bipartición espontánea, esos cassettes se reprodujeron fértilmente cuando la gente los regrababa y pasaba de mano en mano, y corrieron indetenibles como reguero de pólvora inflamada por las siempre bien lubricadas avenidas de lo clandestino. Los cubanos cautivos paladeaban en los chistes de Álvarez Guedes un sabor extra en aquéllos que criticaban la vida bajo la revolución y se burlaban y ridiculizaban a Fidel Castro. Aunque de la predilección de los llamados “gusanos”, el término peyorativo con que la neolengua castrista todavía identifica a los estigmatizados y acosados detractores de Castro y su proyecto, la verdad es que sus chistes los adoraba hasta el presidente del comité de vigilancia de cada cuadra. Pero la tenencia de una grabación de Álvarez Guedes, identificado en el código totalitarista del gobierno como una “acción o propaganda contrarrevolucionaria” podía mandar de cabeza a cualquier ciudadano a la estación de policía más cercana.

Mas, como mismo pasó con Los Beatles apenas una década antes, la mayoría de los cubanos desconocían la cara de Álvarez Guedes, presidida por su característico bigotón y su pícara sonrisa. Incluso, casi nadie conocía que su nombre de pila era Guillermo, porque simplemente se le refería como álvarezguedes, como si fuese una sola palabra.

Con los discos, y preferentemente los cassettes de Álvarez Guedes, los cubanos de La Isla pudieron reírse otra vez con auténticos chistes de su propia esencia, que de cuajo y de su propio regazo una dictadura les arrancó. El humor cubano, tan oficial como la peor de las malas noticias o la información del récord de producción de patatas que todo el mundo se preguntaba que dónde estaban, fue perniciosamente contaminado por las estalinistas alusiones a la política y la ideología, lo cual primaba sobre toda expresión cultural en el país. Para los cubanos de Miami, en cambio, Guillermo Álvarez Guedes les permitía gozar en libertad de un cóctel mezcla de nostalgia y esperanzas que sirvió además de pilar para mantener su identidad, su idiosincracia y su cubanía en suelo prestado. Más de una vez, en sus llamadas descargas, aquellos monólogos en que abordaba un tema en particular, Álvarez Guedes retrató el carácter del cubano, como en el sketch titulado El Melting Pot, conocido también como Viva la Diferencia, en que de una manera irremediablemente hilarante va narrando cómo a través de las insistencia de sus costumbres, a diferencia de otras nacionalidades que se fundieron al modo de actuar y razonar a la norteamericana, los cubanos tras dos décadas de exilio en los Estados Unidos seguían siendo eso mismo, cubanos. Con el humor como plataforma, sólo Álvarez Guedes y el guionista Luis Santeiro, autor de la serie de televisión “Qué Pasa, USA?”, fueron los cronistas de lo más popular del alma cubana en exilio, en el propósito de conservar su perfil. En la propia burla de sus defectos y preocupaciones, y en la batalla por la adaptación que como en una comedia de enredos crea los más desconcertantes entuertos, se hallaba el antídoto a las tristezas de una lejanía sin calendario. Todavía no nos damos cuenta de cuánto merece Álvarez Guedes una medalla de oro con la bandera cubana a bajorrelieve en su pecho, muy cerca del corazón...

La pérdida de Guillermo Álvarez Guedes en lo que al humor cubano se refiere sólo tiene un parangón: Leopoldo Fernández y su antológico personaje de Tres Patines, también sepultado por las avasalladoras aplanadoras de la censura castrista.

Hoy, y para siempre, recordaremos y seguiremos riéndonos cada vez que los escuchemos o cada vez que nosotros mismos los narremos a un amigo nuevo, los más clásicos de sus chistes, como Los Fenicios; El Guanajo; El Flan de Calabaza de Eulalia; Las Pirámides, o El Gato Hidráulico, algunos de los cuales son pura filosofía popular cubana o de cualquier pueblo. Y su característico “¡Ñó..!”, ese apócope de la prosaica interjección sin la que el cubano no puede vivir.

Y si en vida le desconoció, ¿cómo iba a reconocerlo en su muerte?: Ni una palabra ha dicho la prensa de Cuba sobre la muerte de Guillermo Álvarez Guedes.

Al final, nos queda todavía el dolor de ver a otro cubano que integra la triste nómina de los que nunca volvieron, ni quisieron ni pudieron, y de la que nos produce escalofríos que se pueda prolongar ad infinitum. Qué doloroso inventario ése, el de Celia Cruz, Olga Guillot, Fernando Albuerne, Monseñor Agustín Román, Agustín Tamargo y tantos y tantos más a los que ahora se suma Guillermo Álvarez Guedes. Por eso es que aún queriendo despedirlo con una sonora carcajada, la risa llora cuando pensamos en esto. Pero no importa… qué mejor epitafio para un hombre, que rece sobre su tumba, “el que hizo reír a un pueblo en medio de sus lágrimas”.

Si hoy lloviera muchísimo sobre Miami y sin previo aviso de los meteorólogos, es que los ángeles están llorando... de risa, y a mares, por el primer chiste —acaso sobre ellos mismos— que en la propia puerta del Cielo Guillermo Álvarez Guedes les está contando a su llegada...