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Monseñor AGUSTÍN ROMÁN:
Ha muerto El Pastor
del Exilio Cubano

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on April 10/2012

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Cómo le conocí hace 20 años...

Como todo aquel que escucha a alguien por la radio y que no tiene posibilidad de ver su rostro, se lo pone pues imaginariamente en la mente, y claro, el que le colgué a él nada tenía que ver con la realidad…

Durante años escuché en clandestinidad la misa dominical que en vivo transmitía para Cuba Radio Martí desde la Ermita de la Caridad, en el corazón del exilio cubano, Miami, oficiada por el Monseñor Agustín Román. Pasaron casi 10 años así, imaginando también cómo era el santuario, del que nunca vi una foto, ni por dentro ni por fuera, pero me seducía el sonido retumbante del audio atrapado en un recinto que genera ecos y resonancias, lo cual era parte del encanto de la emisión.

Radio Marti tenía en aquella época otro espacio cristiano, que conducía el padre Santana, cuya voz queda, pausada, como si tuviese toda la paz y la tranquilidad del mundo —la tenía— y además el tiempo —como mortal no lo tenía—, me gustaba más que la de Román. Creo que era capaz de inferir por la tesitura de cada una de estas voces y por sus vuelcos, que el monseñor —que por entonces todavía no lo era— poseía una personalidad más enérgica. Luego lo comprobé…

Si esfuerzo un poco la memoria podría precisar qué día exactamente le conocí en persona, pero vagamente, sin tener que hacerlo, sé que fue en un día laboral en mi tercera semana de estadía en Miami después de haber llegado aquí el sábado 6 de febrero de 1993.

Siempre me he impuesto citas físicas, emocionales y de corte patriótico con lugares cuya visita la creo una responsabilidad moral. Debe ser la lección aprendida de Martí que cuenta en su libro La Edad de Oro del viajero —él mismo— que al llegar a Caracas, antes de sacudirse el polvo del camino y preguntar dónde se comía o dormía, fue derecho a venerar a Bolívar en la estatua ecuestre del Libertador en un parque de la ciudad. Cuando en 1986 parecía inminente que me iba definitivamente del país, volé solo y por mi cuenta desde La Habana, donde vivía, hasta Santiago de Cuba en el otro extremo del país, a visitar el mausoleo de José Martí en el Cementerio de Santa Ifigenia para despedirme del Apóstol, y luego por autobús me desplacé a Manzanillo para ver las ruinas del ingenio La Demajagua donde Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de La Patria, se alzó contra el coloniaje español el 10 de octubre de 1868.

No me fui en aquel momento… hubieron de pasar 7 años para que tal ocurriese, mas no me arrepiento de aquellos peregrinajes, que creo que todo cubano aunque viva en el punto diametralmente opuesto, allá a la sombra del faro Roncali donde La Isla se termina en el occidente en el Cabo de San Antonio, debe tratar de hacer. Mi visita a la Ermita de la Caridad en Miami revestía pues para mí el mismo compromiso y estaba en mi prontuario de deberes. Por eso mi hermano menor, que vive en Miami desde 1985, me llevó hasta allí aquella tarde. Insisto en lo de la condición de visita; en aquel entonces, por razones que ahora no amerita explicar, así me hallaba en Miami, e iba a regresar a Cuba en apenas un par de meses. La decisión luego fue alterada.

Al ver la ermita me emocionó su pequeña talla, íntima, y su sagrada arquitectura cónica.

Al preguntar a la monja en la entrada por el Monseñor, me dijo que éste no había llegado aún… pero que si quería podía conversar con el padre Santana, que sí estaba allí.

El padre Santana, era tan sujeto de mi admiración como Agustín Román, de modo que inmediatamente acepté feliz la posibilidad de poder conocerle en persona… y de fijarle el rostro verdadero y no el imaginado, a otra voz. Por alguna razón de ese enigmático lenguaje de la química interpersonal, el simple saludo entre ambos en la sacristía se convirtió en una comunión de personalidades, y en un instante, el padre Santana interesado en mi visión de Cuba en tanto que recién llegado, me invitó a su despacho personal donde estuvimos conversando sobre el país y política alrededor de una hora. Para mi complacencia, el Padre Santana fue quien me ofreció el teléfono privado de Roberto Ávalos, sicólogo y gran comunicador, bien conocido de la audiencia cubana de Radio Martí a través de su programa El Arte de Vivir, porque según el sacerdote ambos teníamos mucho en común, Así, gracias a Santana, quien suscribe y Roberto fuimos amigos hasta que él murió en mayo de 1999.

Fotograma del vídeo casero de mi primer encuentro con el Padre Santana en la Ermita de la Caridad, en una ventosa tarde de febrero de 1993 (el padre, a la derecha del lector, con chaqueta blanca).

Cuando estaba por marcharme, llegó el Obispo Auxiliar de la Ermita de la Caridad, Agustín Román, y pude concretar mi aspiración de conocerle en carne y hueso. Fue muy atento y yo, pude colocarle el rostro tangible, pendiente, a aquella voz única de él, con un acento al hablar que no era cubano, pero tampoco de ningún lugar sino de muchos, y que uno no podía definir de cuáles.

Comparado con el Padre Santana, Monseñor era menos… hmmm… cercano en su trato, más grave y sacerdotal, pero igualmente gentil. Me regaló un rosario, que bendijo, y me dio la bendición para mi hijito Fabio que estaba en la distancia.

Con el padre Santana mantuve contacto esporádico hasta su muerte, pero siempre fui una persona reconocible por él, que se alegraba cada vez que me veía. Con Monseñor Agustín Román, no. Comencé a verlo de vez en vez cuando acudía a la WQBA invitado por mi amiga Alina Fernández Revuelta y después más y más frecuentemente cuando gracias a la gestión de Aglaes Ensenat, Directora de Programación de la emisora inicié el show AUTOMANIA y más tarde El Ático de Pepe, ambos en la 1140. Siempre nos saludábamos, pero nunca le recordé aquel encuentro primero, porque creía que no podría memorizarlo. Fueron sólo minutos…

Agustín Román fue un paradigma de consagración a la fe y al servicio público, y a la causa de la diáspora. Fue el íder espiritual del exilio cubano y su pastor. Merece una biografía. Recientemente el colega Roberto Rodríguez Tejera y Helen Aguirre lo entrevistaron por dos horas en una edición especial de su programa Prohibido Callarse en la 1140. Los que lo escuchamos en tal ocasión quedamos prendados de su fascinante historia como el motor impulsor de la Ermita de la Caridad. Así nos enterarnos cómo una vez que a la fuerza tuvo que abandonar Cuba por la persecución religiosa que Castro dictó una noche en la TV, lo que provocó la estampida de los sacerdotes en el vapor Covadonga so pena de encarcelamiento, Agustín Román, dando tumbos de un país a otro decidió instalarse en República Dominicana porque era el sitio más cercanamente posible desde dónde llegar primero de regreso a Cuba cuando la dictadura cayera. Lamentablemente eso no ocurrió, eso no ha ocurrido, y el único consuelo de la circunstancia es que luego lo tuvimos en Miami para que pastoreara nuestras angustias y quimeras de exiliados.

Monseñor Agustín Román observó obediencia a la jefatura vaticana, pero sin duda se le sentía disgustado siempre con el modo en que la Iglesia ha tolerado por más de medio siglo los desmanes de Castro al tiempo que ignora a quienes son víctimas del acoso político —como Las Damas de Blanco, a las que Benedicto XVI acaba de darles la espalda—, y se podía oler también que no comulgaba con los retozos del Cardenal Jaime Ortega Alamino con la nomenclatura castrista, a veces salpicados con una tibia gestión a favor de la oposición y la disidencia, aún comprendiendo que se trata de un necesario acto de malabarismo para mantener la precaria presencia de la institución en Cuba totalitaria.

Pero como Mi Personaje Inolvidable en las Selecciones del pasado, mi momento más memorable de Monseñor Agustín Roman fue cuando en el hoy extinto estadio Orange Bowl en Miami, al oficiar ante la multitud en el acto por el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, se me antojó, por la fiereza de su palabras cual sacerdote rebelde que con una metralleta en la mano increpó a Dios por haber abandonado a esos muchachos. No sé cuántos presentes más allí la tuvieron, pero fue la sensación con que quedé aquella tarde inolvidable en las gradas del coliseo lloroso. No veo una afrenta en ello; sólo los que creemos en Dios tenemos crisis de fe. Todos llevamos dentro un Job… y como Job, regresamos otra vez a las convicciones, tras pecar irreverentes de desconsuelo y por sentir un abandono celestial, de seguro infundado.

La pérdida de Monseñor Agustín Román es grande. El seguía ahí con todo lo que representaba bajo su sotana y sobre su hombros. Los líderes no se retiran sino en los documentos. Ahora en otra dimensión —y por eso mismo— tampoco podemos decir que nos hemos quedado sin él; sólo se ha marchado de este plano. Su memoria aún nos conducirá y estamos seguros que será un congresista en el cielo ante Dios por una Cuba libre. Descansa en paz, Monseñor… aunque no creo posible imaginarle en la inacción.

 
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