CLICK HERE OR ON BANNER BELOW TO RETURN TO SOVIETOBILIA INDEX

Desde de 1959, Fidel Castro sovietizó todo aspecto de la vida en Cuba.
Los cubanos de La Isla son los únicos ciudadanos del continente americano que consumieron productos de la Unión Soviética,
todos tecnológicamente atrasados y de pésima calidad.
En una mezcla de sarcasmo y desprecio, los cubanos llamaban "bolos"
a los soviéticos, y "bolas" a sus cosas. Para no olvidar esa etapa
de la historia, esta sección, SOVIETOBILIA —que bien podría llamarse MeBOLObilia—, se asoma a los artículos soviéticos que,
por desgracia, tuvieron que consumir y usar los cubanos.
Así que...
(...bienvenido!)
 
Sevani, Vityaz, Slava...
Los despertadores soviéticos

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial
EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes de 5:00pm a 6:00pm ET,
por la 710 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio

Seis meses...

¿La cuerda? ¡No! La cuerda, como todo despertador de cuerda del siglo XX duraba 24 horas o acaso un poco más. El reloj, era el reloj lo que duraba unos 6 meses antes que se rompiera, antes que dejara de trabajar… antes que se le terminara la cuerda... de su vida.

Nos referimos a los relojes despertadores soviéticos de los años 60 y 70. Existían varias marcas, pero las más frecuentes eran Sevani, Vityaz y Slava. Esta última era un poco mejor y tenía mejor acabado también, con pretensiones de contemporaneidad. El Sevani y el Vityaz eran más burdos y generalmente cuadrados o redondos, mientras que los despertadores Slava —aunque también los había geométricamente aburridos— adoptaban otras formas y otros volúmenes más gráciles.

La relojería soviética de aquella época, como la inmensa mayoría de lo que producía la hoy extinta URSS, era pésima.

La fábrica de despertadores Sevani estaba en Armenia.

Los Sevani y Vitiaz redondos eran de cuerpo metálico, y por tanto más pesados, pero por eso mismo y por el material básico empleado, menos tolerantes a las caídas, especialmente si se despeñaban sobre una superficie dura como el suelo de losa o de concreto. Al caerse —y lógicamente, mientras de más altura, peor— se abollaban en el más optimista de los casos, porque por lo general la maquinaria no resistía el impacto, ni siquiera desde su hogar ideal: la mesita de noche. El cristal del frente también se quebraba en estos accidentes.

Posteriormente, comenzaron a fabricarse cuadrados, casi siempre blancos.

Eran plásticos. El plástico usado en el cuerpo del reloj era un polímero familiar a otros muchos artículos soviéticos como, por ejemplo, el ventilador de mesa Orbita. No era un plástico rígido, sino más suave, una especie de eslabón perdido entre la pasta y el caucho, así que podía supervivir con un poco más de dignidad a una caída. Pero el fundido era atroz, burdo, y las aristas, irregulares.

Pocos Sevanis o Vityaz —e incluso el Slava— eran lumínicos, de modo que en la oscuridad no auxiliaban.

Las llaves al dorso para operarlo o ajustarlo eran metálicas, y cuando se abría o desarmaba alguno de estos relojes —¡oh, sorpresa!— se descubría un chasis mezcla de atraso con genialidad, porque de la lámina de metal madre, a traves de un troquel extraían la silueta de las llaves.

Los despertadores soviéticos eran de maquinaria ruidosa. En medio del silencio de la madrugada podía escucharse claramente su tic-tac.

En lo que sí eran muy efectivos era precisamente en la alarma, tan escandalosa como para convocar a un cuartel de bomberos completo. Y no eran tan inexactos, pero su vida útil era tan breve como los 6 meses citados encima, más o menos.

Como tenían muy pocas joyas —apenas 4— los puntos de apoyo o los bujes en que se asentaban los ejes —por otro lado, éstos igualmente hechos de metales muy poco resistentes— se desgastaban con la rotación y pronto comenzaban a desnivelarse. Esto no provocaba que el reloj comenzara a retrasarse, sino que se detenía.

Como esta situación de los ejes inclinados por la gravedad se acentuaba en la posición vertical original del reloj, pronto los usuarios descubrieron que si el reloj se acostaba sobre su esfera, al obtener pues de nuevo en esta pose la alineación de los ejes por verticalidad, se le podía extraer al reloj un poco más de vida útil hasta que finalmente ni bocabajo podía seguir trabajando.

Tanto los Sevani como los Vityaz o los Slava, paulatinamente fueron sustituyendo en Cuba comunista a la sombra de la Unión Soviética de Brezhnev a los veteranos despertatdores Westclox y de otras marcas del eliminado universo capitalista de La Isla antes de 1959, que empezaron a ponerse viejos tras 10, 15 ó 20 años de uso. Poco a poco aquellos veteranos empezaron a desparecer de la mesitas de noche al lado de la cama, sustituidos por los despertadores “bolos”.

Los primeros que se vendieron lo hicieron a través del sistema de “méritos y deméritos”, un regímen leninista de premiación obrera que, según la dedicación del trabajador a la Revolución, éste podía ser agraciado con un artículo de consumo, y los despertadores soviéticos entraron por ahí. Luego empezaron a venderse mediante el severo racionamiento que imponía la cartilla de productos industriales.

Los despertadores podían ser adquiridos —mientras hubiese en existencia, porque eran escasos— en la categoría de “uno por núcleo”, o sea, uno por familia. De modo que no todo el mundo podía aspirar a tener su propio despertador para levantarse según el momento en que necesitaba hacerlo. Las familias numerosas eran las que más sufrían esta situación. Entre hermanos que se levantaban a distintas horas, se hizo común compartir el despertador, así que el que saltaba primero de la cama le llevaba luego al otro el reloj, nuevamente reajustado, para que le despertara en el minuto preciso.

Posteriormente, ya para mediados de los años 70, comenzaron a venderse sin restricción —“por la libre” según la neolengua socialista—. El Sevani o el Vityaz costaban $10.00 pesos, mientras que el Slava, más bello y elaborado, $12.00 o $15.00.

Cuando cualquiera de estos relojes se descomponía, como no era posible sustituirlo por uno nuevo, el dueño lo llevaba a la relojería. Para entonces no era tal, sino el llamado Consolidado de Relojes, un taller grande, estatal, muchas veces el único de la ciudad, en el que era necesario hacer una larga fila de espera para entregarlo al relojero, y esperar después hasta 6 meses para recogerlo ya reparado. En La Habana, lo que antes de 1959 había sido una de las grandes relojerías de la capital, La Equidad, en la esquina de Neptuno y Consulado, se habilitó un consolidado de estos, para serviciar a casi toda la capital.

Los despertadores soviéticos fueron la causa de la improductividad de Cuba, porque con sus roturas y su traicionera vocación a pararse mientras el trabajador dormía, generaron no miles sino millones de horas de tardanzas laborales nacionales. La única virtud que tenían era que si uno se quedaba dormido por cansancio, por borrachera o por irresponsable, siempre podía echarle la culpa al Sevani o al Vityaz porque... “disculpe, jefe, pero el despertador se me paró”.

Y el jefe, que también tenía uno, no tenía más remedio que tragarse la excusa.