CLICK HERE OR ON BANNER BELOW TO RETURN TO SOVIETOBILIA INDEX

Desde de 1959, Fidel Castro sovietizó todo aspecto de la vida en Cuba.
Los cubanos de La Isla son los únicos ciudadanos del continente americano que consumieron productos de la Unión Soviética,
todos tecnológicamente atrasados y de pésima calidad.
En una mezcla de sarcasmo y desprecio, los cubanos llamaba "bolos"
a los soviéticos, y "bolas" a sus cosas. Para no olvidar esa etapa
de la historia, esta sección, SOVIETOBILIA —que bien podría llamarse MeBOLObilia—, se asoma a los artículos soviéticos que,
por desgracia, tuvieron que consumir y usar los cubanos.
Así que...
(...bienvenido!)
 
Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial
EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes de 5:00pm a 6:00pm ET,
por la 710 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio
 

Los proyectores de diapositivas, transparencias o slides soviéticos, también integraron el ajuar lúdrico de los niños cubanos de los años 60 y 70. Como todos los productos del Imperio Rojo, eran deficientes, toscos y anticuados.

La Unión Soviética produjo varios proyectores de vistas fijas según la fábrica en particular, pero difícilmente los modelos en conjunto hayan rebasado la decena. El primero que llegó a Cuba fue uno metálico, de corte de prisma u ortoedro, pero achatado. Como sugerimos encima, era de juguete. Debe haber arribado a las tiendas de La Isla alrededor de 1970.

Durante los años 60 la presencia de juguetes rusos en Cuba fue muy tenue; se vendió un auto de pedales...

...una inmensa muñeca y, como se vivía la era cosmonáutica, vimos también un muñeco astronauta con escafandra y todo...

...de gran tamaño también, que remedaba a Yuri Gagarin, y un cohete plástico.

La inmensa mayoría de los juguetes con que jugó “la primera generación de la Revolución” eran hechos en China —made in the People’s Republic of China, rezaban sus etiquetas.

La ausencia —paradójica— de mercadería rusa en general en Cuba en aquella primera década del experimento castrista se debió al distanciamiento entre Cuba y la URSS luego que Nikita Krúschev decidiera resolver la Crisis de los Misiles de octubre de 1962 directamente con Kennedy, dejando a Castro fuera, a pesar de su papel de caballito de monta. Pero una vez removido Krúschev del poder por el tenebroso Leonid Ilych Brézhnev, y tras aplaudir Castro el aplastamiento de la Primavera de Praga con tanques del Ejército Rojo, fue entonces que a través de una nueva Luna de Miel entre La Habana y Moscú, no sólo juguetes, sino artículos soviéticos de diversa índole —radios, televisores, refrigeradores, lavadoras, cámaras fotográficas, rasuradoras eléctricas…— comenzaron a inundar Cuba, y probablemente merezca ser enmarcado ahí este primer proyector soviético enviado a la colonia tropical estalinista.

El proyector se vendió de manera racionada como “juguete básico”.

Esta definición merece una explicación: Casi inmediatamente tras hacerse del poder en 1959, Castro disolvió el comercio privado minorista del país. Las jugueterías desaparecieron, y al establecerse la cartilla de racionamiento en 1962, los juguetes fueron “normados” —un eufemismo por "racionados"—, es decir, se venderían en lo adelante sólo una vez al año en Navidad. Tres años después, valga la pena apuntar, la festividad también fue prohibida...

El MINCIN (Ministerio de Comercio Interior), estableció que cada niño tendría derecho a optar por tres juguetes, dividos en las categorías de “básico” y “no básico”. El juguete básico, de nivel más alto y definido como tal por su precio superior a los $3.50 —parece barato, pero no olvidemos que estamos hablando de los años 60— era uno solo, mientras que los otros dos, de inferior calidad, eran “el primer no básico”, y el “segundo no básico” (antes de terminar la década, el segundo no básico fue empobrecido al ser sustituido por un juguete llamado “dirigido”, una pieza rudimentaria, de producción nacional, que los niños aceptaban con resignación de mártir).

El proyector soviético fue un juguete básico. Costaba inicialmente 10 pesos cubanos. Y estaba considerado un juguete caro (las bicicletas eran las más caras, $60.00).

Aún siendo de juguete, fue el primer proyector de vistas fijas que se vendió en Cuba después de 1959, porque las casas de efectos fotográficos también desaparecieron con Castro.

Este proyector, sin nombre ni marca, era pesado y estaba compuesto por dos piezas de metal, tornilladas. Al desarmarlo se descubría que dentro era muy elemental. Un gran transformador alimentaba a un bombillo de 12 volts semejante a los de las luces de los autos de entonces, desde cuyo socket se desplegaba un espejo cóncavo tras la fuente de luz, y nada más. Carecía de ventilador.

Los primeros que se vendieron contaban con un switch o interruptor delante que los modelos posteriores, siguiendo la tradición comunista de empeorar las cosas, se ahorraron.

El componente más burdo del proyector era —sorprendemente— el lente, de una tosquedad atroz. Se trataba de un cilindro de baquelita ordinario y pesado que se podía retirar a presión de su hogar, al frente y un lado del proyector (¡qué excéntrico... era un proyector excéntrico!).

El cable era blanco, con espiga de patas redondas a la europea, de manera que inmediatamente tras adquirirlo, los padres habían de afanarse en hallar un conector plano tipo americano para sustituir la original… a riesgo del llanto de frustración del chico agraciado con el juguete si el reemplazo no aparecía.

El proyector venía en una caja de cartón que parecía de zapatos, en cuya tapa se leía con grandes caractéres cirílicos y en un amago de diseño gráfico, la palabra Filmascop.

De carga superior, sólo manejaba películas en rollo, no montadas en marquitos. Estas venían en pequeños potes plásticos, con tapa de rosca o a presión.

En su venta, el proyector se acompañaba de un número de películas que ahora no podemos precisar, pero podría ser tan solo una, o tres como máximo, creemos recordar.

En realidad no era exactamente un genuino proyector de diapositivas, sino un juguete para proyectar películas infantiles de historias tradicionales rusas o cuentos europeos. Estas “peliculitas” —como vernáculamente le llamaba la gente en Cuba—, venían en un rollo de 35mm, pero cada fotograma incluía dos cuadros, de manera que la cinta corría verticalmente.
Con los años, las "peliculitas" luego fueron vendidas por separado y sin limitación de unidades a adquirir, a un precio de 3 pesos y más tarde 5 y 7. Venían subtituladas en español, aunque también se les vio en inglés y hasta en ruso algunas de ellas.
Pronto toda una generación de niños cubanos ingresó a la mente un imaginario infantil distante de su cultura original con que Diafilm —el nombre de la empresa que producía las peliculitas—, proveía sueños transplantados.

La tira de celuloide se colocaba en un receptáculo al lomo del proyector y se le hacía avanzar al rotar un rodillo para que se desplazara por una canal con solapas que se introducía en una ranura encima del proyector. Esta pieza era de quita-y-pon y era necesario retirarla para hacer entrar al aparato en su caja.

Posteriormente, alrededor del año 1977, este proyector comenzó a venderse “por la libre”, o sea, sin restricciones ni estar sujeto a la eufemísticamente llamada “libreta de abastecimientos”. Generalmente se vendía en las ferreterías o tiendas de herramientas (que para entonces no tenían herramientas) o en establecimientos o de electrodomésticos (...que tampoco tenían electrodomésticos).

En ese año, el editor de este website cursaba el tercer año de la Academia de Arte de San Alejandro en La Habana, y ya interesado en la fotografia, en el afán de ver las transparencias en pantalla grande, adquirió uno pero… ¡oh!, el aparato necesitaba una corrección antes de usarlo: Con un cincel para metal, hubimos de oradar la ventana correspondiente al medio cuadro de 35mm para que, una vez ampliada, proyectara el fotograma completo. Esta apertura luego tuvo que ser pacientemente limada con la dedicación de un reo para que los diminutos salientes de metal no arañaran la película (en la imagen a continuación se ve el holder original con la ventana para medio cuadro, y luego ésta ya ampliada a la fuerza para poder proyectar el fotograma de 35 mm íntegramente):

En algún modo se trató de un esfuerzo inútil, porque aquel proyector, de todas maneras, más temprano que tarde, terminaba arruinando todo film que pasase por él: la cinta, una vez expuesta a la fuente de luz, reptaba su camino de salida a través de una carrilera metálica de color negro que corría por debajo del aparato y hacia la parte posterior de éste, la que al carecer de cualquier género gentil que la acolchonara —caucho, textil, terciopelo, etc.—, por fricción la acuchillaba con surcos a lo largo el rollo. Y como tampoco tenía ventilador, si se olvidaba la cinta en una posición estática mientras el bombillo estaba encendido, la película se derretía.

Pero, a falta de pan, casabe…

A principios de los años 80, llegó a Cuba otro proyector, con precio de $35.00, gris, más voluminoso y más pesado, de la serie de aparatos Svet (en la URSS costaba 12 rublos con 50 kópeks).

A diferencia del primero, este sí era para slides, no para películas infantiles. Era gris, tipo esmaltado, de corte vertical, y venía en una tosca caja de cartón ordinario, más deslucida que la del proyector para niños... ¿no les dije?

Este proyector, que también carecía de ventilador, permitía ver las transparencias en marquitos, una a una, gracias a la abrazadera deslizante, totalmente manual.

Por último, para finales de los 80, llegó una versión mejor pero igualmente atrasada y elemental de un nuevo proyector, pero que era capaz de proyectar dualmente transparencias en marcos o en rollo. Tenía más acabado que los otros citados anteriormente, pero era irremediablemente soviético por los cuatro costados.

Se vieron otros proyectores rusos de vistas fijas en Cuba, pero no vendidos a través de la red minorista, sino traidos al país por aquellos ciudadanos cubanos que "tenían la suerte" de viajar a la sayuza, como este modelo Etude (su precio era de 20 rublos, coincidiendo con el de la moneda cubana):

En cuanto a dispositivos para contemplar slides, también se vendió en Cuba un visor para transparencias, plástico, que el usuario se llevaba al ojo y miraba a contraluz. Inicialmente, el pequeño aparato de plástico—que cuando envejecía y oxidaba su polímero amarillaba—, se vendía exclusivamente a una quinceañera para las fotos de su fiesta, o para bodas, pues la única alternativa de tener fotografías en colores —el estado era el proveedor de este servicio— en tales ocasiones era a través de una decena de transparencias... que estaban listas alrededor entre 45 días y 6 meses después de la celebración.

A este visor, una suerte de versión primitiva del ViewMaster, popularmente se le llamaba “el aparatico para ver las fotos en colores”.

Al igual que el primer proyector, más tarde a mediados de los años 70, este visor pudo comenzar a adquirirse libremente, aunque su disponibilidad no era constante. A veces, según el habla popular, “se perdía”, que era el modo de referir que escaceaba.

Venía en una pequeña cajita de cartón que decía en ruso Diascop, e incluía un juego de transparencias de pésima calidad, de propaganda soviética, montadas en cartón, cuyos sujetos eran generalmente la monumentaria estalinista o episodios de La Gran Guerra Patria.

Estas transparencias con otras imágenes de la Unión Soviética también se vendieron por separado, en cajitas de cartón.

Curiosamente, una irónica coincidencia subraya la pésima calidad de los productos de la era soviética; "HECHO EN LA URSS", en ruso, leído en español suena así: ES-DEL-ANO en LA UNIÓN SOVIÉTICA.

Qué porquería...