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¿HOLLYWOOD RACISTA?

Una opinión sobre la ceremonia
de la octavogésimo octava entrega de los Premios Oscar
y de la presentación de
Chris Rock.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA
que se transmite cada sábado de 12:00pm a 1:00pm ET
por WQBA 1140 AM de UNIVISION AMERICA,
y de EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes de 5:00pm a 7:00pm ET,
por WAQI 710 AM, de UNIVISION RADIO
ambas emisoras de UNIVISION AMERICA

Posted on Feb.29/2016

Adoro los Oscars. Por nada del mundo me los pierdo. La televisión norteamericana es fabulosa; ha sido y sigue siendo la mejor del planeta. Y cuando Estados Unidos ya no es la potencia que antes en casi casi todo fue, todavía reina en la tele. Y precisamente de la tele americana la ceremonia de los Premios Oscar es una de sus diademas.

Adoro los Oscars, otra vez... acaso más que nadie. Debe ser, en parte, porque no pasé mi infancia ni mi adolescencia, y tampoco mi primera juventud en los Estados Unidos, sino en un país vecino cuyo mandatario —léase dictador vitalicio— decidió que no sólo ver los Oscars, sino mencionarlos siquiera, constituía un acto de traición ideológica al gobierno. Y qué decir de la vibrante alfombra roja y las luminarias engalanadas que por ella desfilan, diagnosticadas por futiles y frívolas, incompatibles allí con un estado de obreros y campesinos —como si en Estados Unidos no se fabricaran automóviles ni se sembrasen patatas—.

Así los Oscars —y también los Grammys— y su probable adicción a ellos, fueron etiquetados como "diversionismo ideológico", una joya del pensar estalinista y, por tu propia seguridad, era mejor que callaras tu admiración por ellos. ¿Que los viste anoche?, oh, oh... shhhh!  Por eso, para poder verlos allá en los años '70, tenía que hacer malabares con la antena de televisión sobre la azotea de casa, tratando de atrapar la señal televisiva desde la Florida la noche de la ceremonia. A veces lo lograba, a veces no.

Luego, gracias a la magia del videotape pude comenzar a tener acceso a los cassettes Beta que algún familiar o amigo grababa en Miami. La agonía consistía entonces en obtener el tape lo mas pronto posible respecto de la fecha de emisión. Conseguir el video una semana después era todo un triunfo de inmediatez y, con dos días de diferencia, motivo de brindis.

Desde que vivo aquí, no he faltado ni una sola vez a la cita frente la pantalla chica —que ya no lo es tanto— en casa.

Pero anoche, domingo 28 de febrero de 2016, en la octagésimo octava entrega de los Oscars... apagué el televisor.

Esperaba lo que pasó pero, caramba, no tanto...

Desde que más temprano este año, como de costumbre en anticipación a la entrega fueron anunciados los nominados, se desató una tormenta: no había en la lista de candidatos una sola figura negra. Inmediatamente el hecho, sobredimensionado y considerado una afrenta, comenzó a reptar la cuesta de la rabia hasta estallar en una desproporcionada agenda de exageraciones malintencionadas que tuvo su momento culminante en la conducción del comediante Chris Rock.

Apenas pude tolerar el discurso introductorio de Rock que, bajo el disfraz del humor, en espiral ascendente fue alimentando su diatriba racial con sofismas y subterfugios, mientras comprometía a través de lo politically correct a una audiencia que a lo mejor por ello mismo, tuvo que reírle la gracia al bufón oficialista en el escenario. Como el suicida, que acerca el índice tembloroso al gatillo del revólver, mi dedo estuvo en titubeante revoloteo sobre el botón de off del control remoto, pero resistí la tentación pensando que los argumentos se restringirían a modo de infundado desagravio sólo a la presentación. Cuando Rock reclamó igualdad de oportunidad para los talentos negros, desfiló en paradoja por mi mente una pléyade de respetadas y amadas actrices y actores negros como Eddy Murphy, Whoopi Goldberg, Denzel Washington, Laurence Fishburne, Halle Berry, y Angela Bassett entre otros. Mas en el instante en que exclamó, damn right, Hollywood is racist, la yema de mi dedo estuvo a un milímetro de oprimir la tecla de apagado. Sin embargo no, no lo hice, y decidí esperar al otro segmento para ver si la ceremonia se enrutaba en su tradicional carril.

Penosamente, no fue así: Chris Rock volvió a la cantinela... and it was already enough for me.

¡Click! (off)...

Después supe —y he visto hoy en la mañana en fragmentos en YouTube—, que la noche entera Rock, escoltado por el socorrido humor, estuvo anclado en el asunto racial y que a todo le sacó punta desde esa perspectiva —menos mal que la televisión es en colores, porque de ser en blanco y negro, quién lo aguanta...—.

Y también he visto que el show dedicó acentos al asunto con algunos sketches en esa dirección.

Claro que, siendo imparciales, hay que admitir que todo el discurso no estuvo en una sola cuerda al estilo de los incorregibles villanos de las peores telenovelas. Rock dijo aquí y allá cosas en las que lleva razón, pero el paquete en conjunto fue absolutamente divisivo.

Estados Unidos fue un país racista, so pena de que constitucionalmente no debió haberlo sido (all men are created equal, expresa la Declaración Independencia... a pesar de que cuando Jefferson escribió esto tenía esclavos que le acordonaban las botas). El país se constituyó en nación independiente y soberana, pero los negros se quedaron fuera del pastel red-white-and-blue porque siguió siendo esclavista. Todavía se puede hallar por ahí a alguien que tuvo un abuelo longevo que fue esclavo. Pero era la tónica de los tiempos y no se puede caminar sobre el piso de hace 100 ó 200 años con zapatillas compradas ayer por la tarde en la liquidación de Wal-Mart. No es así como se analiza la historia, aunque ofendido uno tenga ganas de viajar atrás en el calendario y acabar con las injusticias que nos enseñó el maestro de Historia en tercer grado (no te apures, que así mismo se sentirá de nosotros y de nuestra tropelías actuales un ciudadano del año 2216 cuando mire al pasado).

Lo que cuenta es que Estados Unidos es una nación justa e inteligente, y una de las pocas que aprende de su errores y los corrige. Y pide disculpas, señores. Si Estados Unidos alguna vez fue oficial o institucionalmente racista al menos bajo ordenanzas locales —de ahí Rosa Parks y su gloriosa pataleta en el autobús—, hoy en pleno 2016, y felizmente desde hace décadas, ya no lo puede ser. Hoy es —vive Dios— absolutamente imposible la reencarnación política del aborrecible George Wallace —por más señas, demócrata— ni de concejal siquiera. No hay ninguna avenida legal que permita a entidad o ciudadano ejercer ni la mas pálida forma de racismo y, además, castiga a quién o qué manifiestamente se proyecte con acciones o juicios en esa dirección.

Y si nos sirve de consuelo, cuando Sudáfrica antes de la presidencia de Nelson Mandela era excluida y castigada en la comunidad mundial porque insistía en discriminar los nativos negros, Estados Unidos no era comparable, y probablemente no llegó nunca a los excesos del régimen segregacionista de Pretoria.

La noble, anegada en lágrimas, y a menudo sangrienta Batalla por los Derechos Civiles, terminó triunfando y su líderes —algunos de ellos devenidos mártires— son reconocidos, aplaudidos y honrados en el país. Estados Unidos terminó reivindicando the racial issue aquí.

Por eso hallo desorbitada esta postura de ofendidos por la ausencia de afroamericanos nominados para los Oscars del 2016. La Academia es célebre por injusticias en reconocimientos —la mejor actuación de Titanic fue la de Leonardo DiCaprio, que no fue ni nominado, y lo mismo ocurrió con Madonna en Evita—, pero nadie se afanó en buscar un detalle forzado al que aferrarse para acusar a la institución de haber cometido un abuso moral contra el actor o la actriz, o decir una tontería como que ambos fueron descartados porque no calificaban por... tener ojos azules.

Tener que nominar a un actor sólo para cumplir con una cuota de artistas afroamericanos —o latino o asiático, que aparentemente es lo que reclamaba anoche Rock— es tan racista como sería el marginarlos por el tan de la piel. Hacerlo, desarticula la esencia del premio, que es reconocer talento, no cabello rizo o cabello lacio.

Anticipadamente se sabía en qué terminaría la elección de Chris Rock para conducir la entrega 88 de los 2016 Oscar Awards, y que una ceremonia a menudo cursi y banal pero inocente políticamente, se convertiría en una liza ideológica con tintes de estilo moscovita.

El prontuario divisionista del señor Rock —uno de los comediantes mejor pagados del sistema de estrellas y que goza de popularidad en los Estados Unidos que él tanto denigra y perfila discriminatorio— desborda de actuaciones suyas en ese sentido que, carentes de zapata, lo que hace es alimentar un resquemor caduco.

Rock, quien parece incapaz de deslindar su carrera del asunto racial, no tenía que haberse pasado la noche entera dibujando, ofensivamente, un país irrealmente racista, aún a pesar de los incidentes de Ferguson y otros. Porque ésa es otra de las manipulaciones: no todos los casos de violencia policial que lamentablemente acabaron con la vida de ciudadanos afroamericanos terminaron así sólo porque la víctima era negra. Pero resulta muy conveniente mezclar en el mismo saco casos distintos para hacer avanzar una agenda política, y a veces partidista. La violencia policial excesiva cuenta con un inventario que incluye más de una pigmentación específica de la dermis. La Policía, donde quiera que vayas, es un cuerpo armado, y en un punto, dispara. Que mate sin razón aparente a un negro no es mas grave ni doloroso que mate a un blanco en iguales circunstancias. Son seres humanos ambas víctimas, que de eso se trata. Por tal, la esencia de ese movimiento reivincatorio también es —qué pena— racista: No señor, no sólo Black Lives Matters; sería más justo —y bello— que se llamara ALL LIVES MATTERS. A ver si van pensando en eso, caray...

Lo que hizo Chris Rock anoche, se consideraría desacato y un atentado a la seguridad del estado en un país de corte dictatorial como Cuba o China. Lo que hizo Chris Rock anoche es inadmisible y ya hay que ir pensando en ponerle legalmente un alto a esto. Lo que hizo Chris Rock anoche —no se engañe: no fue gracioso— es una incitación al desorden. Lo que hizo Chris Rock anoche, bajo el mullido ropaje de la comedia, fue insidioso. Usted tiene ante sí a un país —Estados Unidos— con todo un andamiaje moral, cívico, jurídico e institucional que protege al ciudadano no sólo de atropello diáfanamente racista, sino incluso de presumible estigmatización o denigración. Y, de pronto, un personaje público —Rock—, con influencia popular que puede crear un pernicioso estado de opinión, hace una alocución que señala racista a una entidad como la Academy of Motion Picture Arts and Science, la acusa de ello y le exige cuentas. ¿Dónde están los abogados de este país y las instituciones para que le envíen esta misma mañana en plena resaca del festín de anoche a Chris Rock y a los responsables de la puesta en escena de marras un alguacil con una subpoena para que enfrenten una corte por difamación y calumnia contra los pilares civiles de la sociedad norteamericana y sus leyes? Si una persona que cayó en coma en 1956 hubiese despertado anoche y visto la exposición de Rock, habría pensado que estaba todavía en aquel mismo año y que nada había cambiado en el panorama racial de los Estados Unidos.

La pose de Rock y de todos quienes están en esta línea de pensamiento —no importa si black or white—, vitupera y deshonra la memoria del patriarca de la igualdad racial, Martin Luther King Jr., que nunca pensó usar al propio racismo desde la esquina contraria en una suerte de contracandela para atacar al racismo en la otra esquina.

Una parte de la ciudanía negra norteamericana tal parece que no quiere ser libre ni igual, sino que continúa muy a gusto atrapada y regodeándose en un dolor holográfico que ya no cabe en la actualidad. En esa demográfica, rehén de un pretérito deshonroso pero extinguido, milita Chris Rock y algunas otras celebridades norteamericanas, además del ciudadano de a pie mas anónimo.

Los negros en Estados Unidos han sufrido una terrible historia de dolor... pero no es la única pues ahí está la data de discriminación a negros en el resto del continente. Sólo que —es verdad— llegó hasta más recientemente. Y la esclavitud africana —y, por favor, no queremos que esto se interprete como consuelo— fue de terciopelo comparada con la primitiva de Egipto y la clásica de Roma. Durante los siglos XVI y XVII hubo esclavos caucásicos, europeos, bajo yugo otomano. Y la esclavitud sobre los indios de nuestro continente desde el Sur del Río Bravo hacia abajo fue atroz, porque contemplaba el exterminio a través de extenuantes e inhumanas sesiones de trabajo. Fue lo que pasó con los indios cubanos en las horribles encomiendas y es por eso que como presencia étnica no existen en Cuba, y en La Isla el mestizaje es de español con negro, no con indio. La esclavitud negra, ni allá ni aquí, seguía esas líneas: no se maltrata, no se mata a una herramienta de trabajo o medio de producción que produce dinero y que además ha costado muy, muy cara adquirirla y cara mantenerla. Claro que las condiciones de vida en los barracones distaban mucho aún del peor motelucho de mala muerte en el 2016, y que existía un ajuar aterrador de catigos corporales, pero ningún mayoral ni ningún hacendado perseguía la ruina física del esclavo que explotaba.

Pero ello no es óbice para reclamar su abolición, tal cual se volvió conciencia desde el siglo XIX. José Martí escribió de adulto "la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo", porque desde niño quedó horrorizado al ver azotar a un negro esclavo en un ingenio que visitó.

¿Y no fueron los chinos también esclavos?

Sin duda, al que le duele, le duele. Pero tampoco la más terrible discrimacion racial de la historia es la de los negros en Estados Unidos: fue la de Hitler contra el pueblo judío. Todavía están ahí las ruinas de Auschwitz como espantoso documento del genocidio más grande de la humanidad en nombre de la superioridad o la inferioridad de las razas.

Tildar al Hollywood del siglo XXI de racista, como hizo Rock anoche, es deshonesto y desleal. Samuel L. Jackson es considerado la segunda mas grande estrella en recaudación con ganancias totales de más de $4.6 billones para un promedio de $68.2 millones por película. Según A.C. Neilson E.C.I, Jackson, en los años 90, apareció en papeles secundarios o principales más que ningún otro actor. Oprah Winfrey, de origen páupero, violada en su adolescencia, es millonaria desde los 32 años. Según fuentes de Forbes, a los 41 años tenía una fortuna de $340 millones y reemplazó con esa cifra a Bill Cosby, el actor negro norteamericano mejor pagado entonces. Con unos 3 billones de dólares ahora, Oprah es la personalidad afroamericana más rica de los Estados Unidos. El propio Chris Rock tiene un patrimonio de $70 millones. Y qué decir de los grandes nombres del deporte en los Estados Unidos que pertenecen a la comunidad negra.

¿Quién no celebra por su talento a estas personalidades y se alegra de su éxito?

Damn, Chris... is Hollywood really really racist?

En cuanto a reconocimiento, el 29 de febrero de 1940, en la duodécima entrega anual de los Oscars, Hattie McDaniel se convirtió en la primera celebridad afroamericana en recibir una estatuilla, en este caso como Mejor Actriz de Reparto por su papel de Mammy en Gone with the Wind (lo que el Viento se Llevó), de 1939.

Naturalmente, lo expresado por Rock como maestro de ceremonia del show y cómo lo hizo, no es de su absoluta autoría; él es únicamente la punta del iceberg de una estructura que él sólo coronó.

La ceremonia del 28 de febrero de 2016 es una de las peores de la historia del evento, y tuvo 6% menos de audiencia según la escala de medición de TV, comparada con la del año pasado; más de un experto cree que ello tuvo ver con el tono de la animación. Chris Rock animó anteriormente en el 2005, y no ha sido la única figura negra que lo ha hecho; Whoopi Goldberg lo hizo antes en 1999 y en el 2002, y también trajo a bordo entonces el asunto racial, pero de un modo más light. Mas, como dice la frase, bien empleado le está a Hollywood y a su ceremonia, que ha dejado de ser lo que siempre fue para convertirse en una tribuna política. Qué pena que al día siguiente la prensa, en vez de dedicarse mayormente a comentar los premios como siempre ha sido, tuvo que ocuparse del aspecto "político" del acto.

Ya ha sucedido otras veces. Se rumoreó que Javier Bardem llevaba en el bolsillo un discurso que pedía el levantamiento del embargo contra Cuba de haber sido agraciado con la Mejor Actuación Masculina en los Oscars del 2001 por protagonizar nada menos que a Reinaldo Arenas —el escritor cubano perseguido por anticastrista y homosexual— en la versión cinematográfica de la novela Antes que Anochezca. Y sin ir más lejos, el año pasado, durante la premiación de Selma, se manipuló falazmente el asunto de la población penal afroamericana.

La presentación de Rock anoche, un alegato panfletario cuyo propósito era desvirtuar la realidad, representó un acto de asunción de culpabilidad de Hollywood.  Pusilánime, Hollywood bajó la cabeza y en vez de esgrimir el axioma de ser responsable por lo que dijo no por lo que otros interpretan, preparó este mea culpa, un espectáculo penoso por autoincriminatorio que ha terminado dándole la razón al resentimiento. El único momento decoroso fue la presentación de Morgan Freeman, todo un caballero, que no se dejó arrastrar por el guión unidireccional al anunciar la Película del Año.

El racismo es el hijo siniestro del pensamiento humano. El hombre, como piensa y razona, también califica. Y cuando califica, escoge y a menudo diferencia... y luego, ¡oh!, segrega. Los animales no ven raza ni color, sino especie. El blanco oso polar no cree que el pardo de la taigá es inferior. Los seres humanos no somos varias especies sino una sola, con distintas razas a las que, como los animales, deberíamos ser daltónicos. Pero no. Cuando los negros del África Ecuatorial vieron por primera vez al hombre blanco sintieron aversión —nos parece lógico: carecen de pigmentación en la piel—. Después Occidente decidió que los cabellos dorados, la piel caucásica y los ojos celeste son mejores... y hay quien hasta dijo que eran superiores y convirtió la opinión en filosofía y política de estado en 1933.

El racismo es horrible y no debería existir.

No hay razón ninguna para que un hombre considere a otro inferior por el color de su piel, demerite su talento o no lo admita y además, por terrible añadidura, piense que por eso mismo debe ser estigmatizado, desmoralizado, humillado, acosado, perseguido, segregado y, en el peor de los casos, —como hizo Hitler con los judíos— exterminado. Eso es lo que es racismo, y es suficiente para ser odiado.

¿Que no hay racismo en los Estados Unidos hoy, o donde quiera que uno va? Sí, lo hay, hemos de admitir con dolor, pero por fortuna no con la intensidad de hace años. Hoy, somos menos racistas que antes y la tendencia, a pesar de los disturbios raciales que han sacudido particularmente a los Estrados Unidos en los últimos dos años, indica una tendencia a la merma y ojalá que termine en cero. En fin, esperanzados, creemos que el racismo es un flagelo en vías de extinción.

Y no se trata nada más de discriminación con la presencia del espectro cromático reflejado en la piel; también está el asunto homosexual, que ha venido ganándose la tolerancia hasta casi fundir socialmente a la pareja gay con la pareja bíblica sin rasgos diferenciadores. Ya no se encarcela a nadie por tener una manifiesta preferencia por su propio sexo o cuando ésta era sorprendida infraganti; sí, no se olvide, que eso es lo que se hacía con los homosexuales hasta ayer por la tarde, y por eso tenían que andar y desandar en las angustias de la clandestinidad emocional cual perseguidos políticos.

La mujer también ha tenido que pelear con entereza para conquistar igualdad social y fue golpeada duro en la cabeza cuando la alzó en los albores de sus reclamos a por legítimos derechos. Y al hacerlo, fue reprimida no sólo en el marco amplio de la sociedad, sino en el ámbito más privado de la vida, o sea, dentro de su propia familia, con el marido delante en el papel de su más hostil fiscal. Mientras, probablemente a la madre, a la hermana y a la vecina, les parecía que las cosas estaban bien como estaban y que no tenían necesidad de cambiar. Las tradiciones suelen ser a menudo las peores enemigas del progreso...

Todavía hoy, según cultura en el mundo árabe, la mujer es tratada como un objeto, y en algunos países africanos las niñas son sometidas a la brutal ablación —la remoción a sangre fría del clítoris—, para que cuando se hagan mujeres no experimenten los placeres del orgasmo y sean un juguete sexual para el hombre.

La discriminación por fe ha sido también a lo largo de milenios una de las más cruentas y despiadadas. ¿Qué fue en el pasado la inquisición y la evangelización, y es en el presente la insurgencia de ISIS sino un modo de persecución religiosa?

Las cárceles del mundo, por decenios han estado llenas de prisioneros de consciencia, víctimas de la discriminación política.

No, definitivamente no, los afroamericanos no tienen la exclusividad en el sufrimiento por discriminación.

Toda discriminación debe cesar.

Mas de una vez hemos dicho, emocionados, que el fenómeno de la popularidad de figuras del rock, del pop y del R&B desde los años 50, y con más fuerza en las décadas de los 60, 70 y 80, con nombres como Chuck Berry; Sam Cooke; BB King; Jimmi Hendrix; The Temptations; The Supremes; Earth, Wind & Fire, Tina Turner, y Stevie Wonder entre otros, contribuyeron con su música a difuminar fronteras de color. Un No.1 de Dolly Parton era tan Número Uno como uno de Whitney Houston en las listas de popularidad de Billboard.

El magnífico universo de la música popular contemporánea en los Estados Unidos es pro-igualdad racial, no lo contrario. Hay más de una canción, más de un buen hit, que aborda la discriminación desde una visión negativa, censurable. Ahí están, por sólo citar dos casos, Black and White, de Three Dog Night, y Brother Louie, de Stories. ¿Y qué del propio Hollywood, con infinidad de filmes sobre el tema de la discriminación racial? A Chris Rock, y a todo el buró de la autoría y ejecución del guión del show, se le fue la rosca. Y lo que más preocupa es que halle eco...
 
El ser humano evoluciona y con su consciencia de sociedad, aunque a veces no lo parezca, es mas justo ahora que antes. Pero, como se dice en inglés, hay que move on, seguir adelante y aceptar las disculpas y las intenciones de corregir lo mal hecho. Pero si te quedas lastrado rumiando las amarguras del abuelo, no vas a avanzar nunca. Y no puede progresar en una agenda igualitaria cuando se saca de contexto, se exagera o se miente con una perspectiva infundadamente racial sobre un hecho como este —el de la no inclusión de artista afroamericano alguno en las nominaciones para los Oscars del 2016—, del que estamos convencidos que no tiene tal origen, o sea racial, sino que se trata de otros de esos episodios de miopía de los miembros de la Academia, y ésa es la base de toda nuestra tésis. Pudo haber sido un error —digamos, estratégico— que la institución y sus miembros, no notasen méritos en las figuras afroamericanas en las películas correspondientes al premio de este año pero —es nuestra opinión, decimos nuevamente—, nos disgusta que ello se manipule en el afán de continuar reabriendo una herida que ya casi es —o era— cicatriz.

Ahora, me voy a escuchar Blackbird, de Los Beatles...