click on header to go back to articles index

 

La muerte de ELIZABETH TAYLOR: Una pérdida GIGANTE

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA, y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on March 23/2011

Share

La mañana del 23 de marzo del 2011 rompió con una noticia que la prensa estuvo esperando por lo menos por los últimos 12 años, atendiendo al precario estado de salud de su protagonista: la muerte de Elizabeth Taylor.

La diosa de los ojos color violeta murió esta mañana a los 79 años en el Hospital Cedars-Sinai de Los Angeles, California, tras una estadía de seis semanas allí a consecuencia de la obstrucción cardíaca que venía padeciendo desde el 2004. La acompañaban sus hijos.

Conocida también simplemente como Liz Taylor, nacida el 27 de febrero de 1932, no en Estados Unidos, sino en Inglaterra en las afueras de Londres, su nombre completo es Elizabeth Rosemond Taylor. Sus padres eran oriundos de Kansas, de modo que Elizabeth ostentaba ambas ciudadanías, la inglesa y la norteamericana. Poco antes del comienzo de la Segunda Guerra mundial, la familia retornó a Norteamérica. Al momento de su deceso, Elizabeth Taylor, es DBE, Dama del Imperio Británico.

Tanto profesional como emocionalmente, Elizabeth comenzó temprano: actriz a los 12 años, divorciada a los 18, superestrella a los 19 y viuda a los 26. Su génesis hollywoodense lo marca National Velvet, bajo MGM, siendo una adolescente por allá por 1944. Pero la Liz Taylor que luego sería ella, arranca con la comedia romántica Father of the Bride, en 1950. Mientras, conocedores aseguran que su broche de oro final ante las cámaras de cine fue Private Life, de 1983, junto a su ex, Richard Burton.

Sus personajes fueron diversos, disímiles. Y en una era en que la actuación tenía aún mucho de manido, la Taylor no era una actriz que se repetía. El papel de Cleopatra será probablemente la imagen que mejor represente en el recuerdo de la gente a Elizabeth Taylor ya para toda la vida. Tan divina y picúa casi a partes iguales como puede ser cualquier producción hollywoodense, “Cleopatra”, la película más cara de la historia del mundo, que casi quiebra a la 20th Century Fox, costó $44 millones de dólares —equivalentes a más de $320 millones hoy—, hizo de Elizabeth Taylor, además, una de las actrices mejor pagadas ever.

Pero sin duda su mejor rol fue el de sí misma. Ahora —¿quién lo discute?— nos sentaremos a esperar su película biográfica, que rebase aquél serial de televisión sobre su vida…

Su vida personal, sobre todo en la mediana adultez, fue un zigzagueante viaje entre el amor y la gordura, para una trama y urdimbre que enlazó muchos romances —dijo a mediados de los 90 que era una amoradicta—, y una batalla contra la obesidad intermitente, en un cuerpo que, carente de estatura, se acentuaba más por ello el exceso de libras. Pero bella nunca dejó de serlo, aunque la pesita del baño casi se quebrara en las mañanas bajo sus pies.

Se operó 20 veces y casi se muere de neumonía dos, una en 1961 —traqueotomía y todo de por medio— y en 1993 la otra.

Pero siempre aceptó los declives de su salud con entereza y dignidad. El público terminó por acostumbrarse en los últimos 30 años a los bandazos de la imagen de Liz, que de pronto se veía fatal en la tele tras una ausencia de los medios, para reaparecer más tarde espectacularmente hermosa, y luego desplomarse otra vez y así y así…

En los asuntos del corazón —los abstractos no los anatómicos— tuvo 7 matrimonios, pero 8 casamientos. Esto se explica porque se casó dos veces con el mismo hombre, el actor Richard Burton, quien al parecer fue el amor de su vida, de ahí el estrambótico conteo de 7 que representa 8.

El romance con Burton comenzó mientras filmaba junto a él la superproducción “Cleoplatra”, de 1963, mientras ella estaba casada con Eddie Fisher, de quien se divorció en 1964 para casarse ese mismo año con Richard. Había estado casada con Fisher desde 1959, al año siguiente de su viudez, pues su anterior marido, el productor cinematográfico Michael Todd, murió el 22 de marzo de 1958 en un accidente aéreo cuando viajaba en su avión privado. Liz iba a volar con él pero decidió no hacerlo por los malestares de una gripe. Qué coincidencia: exactamente apenas 24 horas después del aniversario 52 de la muerte de Todd, un día en que ella mismo pudo haber muerto, Elizabeth Taylor fallece.

Amigos de la estrella creen que si Todd no hubiese muerto en el accidente del avión curiosamente bautizado como Lucky Liz (Afortunada Liz), ella no sólo no se habría casado con Eddie Fisher, sino que incluso no habría existido el romance con Burton, de enamorada que estaba de su marido. Pero o bien Elizabeth no estaba cortada para la soledad, o bien ejercitaba con dedicación su corazón.

De Burton se divorció en 1974 tras 10 años de matrimonio —fue una separación sonada porque resultó ser el matrimonio más duradero de la actriz— y luego se casaron de nuevo el 10 de octubre de 1975. Mas la unión no supervivió ni siquiera el año: el 29 de julio del año siguiente se divorciaron por segunda y última vez.
Y no fue amor a primera vista: Liz decía que Richard era aburrido; Richard se burlaba del físico de Liz. Hoy nadie se cree eso, porque las tórridas escenas de Cleo con Marco Antonio parecían haber comenzado antes de entrar al set, y continuar tras bambalinas luego que se escuchaba el grito de cut! del director Joseph L. Mankiewicz.

Durante el lapso entre los dos matrimonios con Burton, Liz comenzó a salir con Ardeshir Zahedi, el embajador iraní en Washington, pero el Sha de Irán recomendó a su compatriota diplomático que deshiciera esa relación porque políticamente no le convenía. Hay quienes creen que Elizabeth se habría casado con el iraní.

El último matrimonio de la Taylor fue con Larry Fortensky, que conoció en una terapia para alcohólicos, y que fue una especie de prueba para ella, porque el hombre era un obrero de la construcción, no un miembro del flamboyanesco jetset al que ella pertenecía. En ese caldo sui generis de emociones hay que mencionar a su —para muchos desconcertante— relación con Michael Jackson, aparentemente sólo de orden personal —¿maternal acaso?—, a pesar de que se sabe que el Rey del Pop le pidió matrimonio. Justamente en el rancho Neverland de Jackson, La Taylor y Fortensky se casaron.

Como dato biográfico curioso, para casarse con Fisher hubo de convertir al judaísmo antes de subir al altar.

En cuanto a parejas de fantasía, sin temor a fallar se puede decir que la más glamorosa de todas fue la de Rock Hudson en Giant —foto encima—, y probablemente la segunda la tuvo en Paul Newman en “La Gata sobre Tejado de Lata Caliente”.

De cabello muy negro en un medio con irrenunciable predilección por las rubias, la Taylor logró así y todo su lugar. Junto con Marilyn Monroe parecían las muñecas sexuales de colección para las fantasías eróticas de todo cabello: una dorada, la otra morocha.

En lo puramente personal, Elizabeth Taylor paladeó a fondo la fama y sus dulzuras, y vivió exactamente como se veía en las revistas de farándula de la época el fatuo mundo del Hollywood de entonces que, empero, era más nítido y trasparente que el del Siglo XXI. Pero destacan la bondad humana de Elizabeth sus esfuerzos filantrópicos en la batalla contra el SIDA y otras penas de nuestro mundo contemporáneo.

Nunca dediqué mi admiración suprema, como actriz ni como mujer, a la Taylor; otras de su época, como Kim Novak —sobre todo en lo segundo— fueron más y mejores blancos de mis pareceres e ilusiones, pero sin duda el consenso generalizado es que Elizabeth fue una mujer espectacularmente bella y una súper actriz. Sin embargo, dedico todo el reconocimiento profesional que puedo prodigarle a un detalle particular, a menudo obviado cuando se aborda de forma global su gran filmografía: el hecho de que Elizabeth Taylor es una de las pocas actrices de Hollywood que actuó en una gran número de películas TRASCENDENTES de la maquinaria hacedora de sueños de celuloide, como Giant; Cleopatra; The Cat on a Hot tin Roof, y Who’s afraid of Virginia Woolf?

Creo que por esto, más que por todo lo demás en el aspecto ocupacional, debemos recordar a Elizabeth Taylor.

Aprecié especialmente ésas, sus mejores películas, en los cines de La Habana cuando a mediados de los 70 re-estrenaron algunas de sus cintas mas meritorias. Otras las vi persiguiéndolas junto a mis compañeros de clase de la academia de Arte de San Alejandro, ávidos todos del buen cine, en los ciclos especiales de la cinemateca o a través del cine club que creamos en 1974. Más tarde, gracias a los videos en casetes de Beta.

Ahora que Liz se fue, se nos despierta la necesidad de revisitar su obra.

Sobre su beldad, repito lo que un día le dije a un amigo: que si Liz hubiese nacido sin cuerpo, aún así su cabeza merecería un pedestal. La Taylor era la reencarnación contemporánea de Nefertiti.

La muerte de Elizabeth Taylor es gigante, como su película homónima. Cada vez que se produce una partida así, que cierra y se lleva tras de sí una era tan irrecuperable como los arabescos a cada vuelta del caleidoscopio, es cual si ante nuestros ojos y no en la pantalla grande cayese aquella frase que hoy casi no existe, la de The End, justamente al final de cada película de la propia Taylor.

He mirado sobre el techo de lata caliente al mediodía de hoy, y no he visto a la gata allí…

 
Comente este artículo en: info@ifriedegg.com