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Benditas narices americanas

Chávez critica la presencia de tropas del ejército de norteamericano en Haití tras el terremoto. Estados Unidos no es otra cosa que un benefactor en la historia contemporánea del mundo, aunque los ciegos y los resentidos pretendan lo contrario...
Las grandes naciones tienen grandes responsabilidades

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com

Posted on Jan. 18/2009

 

Tan grande como la tragedia de Haití, es tener que escuchar los desatinos verbales de Chávez —que no lo son, sino en verdad alevosas manipulaciones dirigidas al ignorante universal—, el último de ellos al hacerse eco de Daniel Ortega, quien un par de días atrás criticó la presencia militar norteamericana en Haití. Haití fue sacudido por un brutal terremoto hace casi una semana, cuyas consecuencias son más agudas cual derivado directo del precario existir de la nación por años y años. Ortega, instalado de nuevo en la cúspide del poder nicaragüense —en realidad legítima aunque lamentablemente por primera vez— desfiguró la realidad al decir que Estados Unidos se aprovecha de la situación en Haití para invadirlo militarmente, so pretexto de la catástrofe, y que allí no hacen faltas tropas, sino ayuda humanitaria.

El disparate —no ingenuo como los auténticos, sino mal intencionado— enseguida se volvió dúo cuando Hugo Chávez —¡oh!, el terremoto de Caracas— sazonó a su gusto el embeleco y, al mejor estilo de su agonizante maestro de La Habana —el querido Fide—, esgrimió un par de sofismas para convencer a los idiotas de, primero, que el ejército norteamericano no hace fata en Port Au Prince ni en sus alrededores y, segundo, que el cuerpo castrense está en plena y genuina invasión bélica.

Para empezar: tanto Ortega como Chávez, no creen en lo que dicen y saben que están manipulando a quienes les resulta imprescindible embaucar mentalmente con sus razones aparentes, atizando un conveniente odio contra los Estados Unidos, cuando emiten un criterio como este.

Lo he dicho mil veces: aunque el terror es un arma favorita de los regímenes dictatoriales, ya enmascarada o abiertamente comunistas como los de Chávez, Ortega y Castro, es la ignorancia su herramienta predilecta. La fórmula es simple en tanto que infalible; el terror es aplicable sólo a los desafectos; la ignorancia, incluso a sus seguidores. Es mas, es justamente el combustible para éstos. Por eso Chávez y Ortega —¿y por qué no Correa, y Evito, y la Kirshner y su tía..?— expresan argumentos así a los que se les hace un favor cuando sobre ellos se comenta, “no saben lo que dicen”.

Sí saben lo que dicen, y por qué lo hacen…

En primer lugar, no sólo la presencia militar —y mucho menos la pionera de todas— es la que ha ofrecido Estados Unidos a Haití. Toda la otra ayuda de carácter civil que Chávez y Ortega —y los que vengan detrás— cacarean como ausentes, antecede a los marines y a sus helicópteros allí. Cuerpos de bomberos de varias ciudades y condados de Estados Unidos, como por ejemplo, las fuerzas de rescate de Los Angeles, California, que atesoran experiencia en este tipo de cataclismo, están allá en Haití, y son precisamente las que acreditan la mayor cantidad de personas salvadas aunque el número sea una cifra pálida comparada con el inventario de fatalidades que ya se pronostica en unos 200 mil. Además, ¿por qué Chávez y Ortega silencian la ayuda monetaria de $100 millones de dólares prometida por Obama? ¿Y el barco hospital? Alrededor de 50 mil desamparados duermen cada noche en el campamento de ayuda establecido sobre un terreno de golf por la 82 División Aerotransportada —la misma que invadió Granada en nombre de la democracia en 1983—.

Se espera que unos 200 mil marines se unirán a los mil 700 ya in situ, que se sumarán a los Cascos Azules de la Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas. Y, como Napoleón dijera ha, hace falta dinero y más dinero. Leonel Fernández, presidente de la vecina República Dominicana y que aún desde sus limitaciones y por encima de los conflictos históricos que amargan las relaciones entre los dos países se ha mostrado solidaria y auxiliadora, calcula que se necesitarán $10 billones para en 5 años comenzar el restart del vecino occidental.

Los críticos del país que hoy gobierna Barack Obama, particularmente el comunismo y alguna izquierda del mundo, aupados por un coro de tontos útiles de extensión global, adoran una frase: “Los Estados Unidos siempre están metiendo las narices en todas partes”. De acuerdo con este pensar, metieron la nariz en Viet-Nam, y anteriormente en Corea, y después en Santo Domingo, y en Panamá para sacar de debajo de la cama a Noriega con su ropa interior roja y su muñequito de Pérez de Cuellar hincado de alfileres —¿ya se le olvidó?—… en fin, ¡qué nariz entrometida de oso hormiguero mundial, cuya más reciente y grande olida es la de Iraq, que se suma a otras que no hemos mencionado!

En primer lugar, las narices entrometidas de Estados Unidos no son las primeras del mundo ni encarnan las de las fosas nasales más chismosas de la historia. La colonización de la planeta por las grandes potencias europeas de ultramar que a lo largo de siglos se expandieron a golpe de sangre, sudor y lágrimas a costa de los sometidos, son un modo y protagonismo de nariz intrusa. Que lancen la primera piedra hoy desde España Zapatero, o Sarkozy desde Francia, o Cavaco Silva desde Portugal si se sienten con derecho moral a tildar de metropolismo inhumano a Estados Unidos. Y Roma fue la primera…

Pero, ¡ah!, ahora que hablamos de imperialismo —que eso es lo que Lenin le enseñó al orbe a pensar del Tío Sam—, ocurre que Estados Unidos es el único imperio que entra, resuelve el problema —o le sabotean su gestión, incluso muchas veces por obra y gracia de sus propios ciudadanos—… ¡y se marcha!

Estados Unidos no ha impuesto nada en su breve historia imperial –de admitir que así lo sea— en más o menos 100 años. Estados Unidos nunca le ha plantado a nadie una pistola en medio del pecho para que maneje un Chevrolet Corvette, se coma un MacDonald’s con papitas fritas, decore el cuarto de su hijita malcriada con motivos de Mickey Mouse, o haga dos horas de fila ante un cine en cualquier capital del mundo para contemplar el más reciente estreno taquillero de Hollywood. Cada quien se abraza a estos “valores” por pura voluntad…

El único pecado de Estados Unidos en estas incursiones extraterritoriales es hacer un innecesario mea culpa y ceder a las presiones morales, de origen doméstico muchas veces. Estados Unidos se ha ido reblandeciendo con los años. El enfermizo concepto filosófico de political correctness, está matando a este país, y sus enemigos habilidosamente se aprovechan de ello. Si este criterio hubiese existido en la época de la Segunda Guerra Mundial tal cual lo conocemos hoy, Harry Truman no habría podido bombardear atómicamente a Japón. Qué monstruosidad la bomba atómica, caramba… pero de no haber existido un 6 y 9 de agosto de 1945, probablemente todavía estuviésemos en guerra en con el Imperio del Sol Naciente y usted no manejaría ese Toyota… ¿o es un Lexus?

Por este decentemente puñetero andar con esmero, el terrorismo islámico nos gana la partida, y Estados Unidos y Occidente todo lo que hace es reaccionar. Antes de 5 años, por razones de seguridad, ¡coño!, volaremos encueros. Y sólo viajarán en aviones —se lo garantizo si instalan los rayos X para pasajeros en todos los aeropuertos— los bien dotados por Mamá Natura…

En todas y cada una de estas narices clavadas por Estados Unidos en terreno ajeno, como sucede en el caso de Iraq aún sin haber hallado las armas químicas —que HUSSEIN SÍ TENÍA Y USÓ; pregúntele a los kurdos, carajo—, el motivo de la invasión es válido. Hussein era un tirano. Iraq está mejor sin Hussein, ni lo dude. Y póngale papel carbón a otras tantas narices yanquis de la historia en fiestas a la que nadie las invitó.

En el caso de Haití, enfocar la presencia militar norteamericana allí como lo han hecho los miserables de Chávez y Ortega, es desvirtuar la realidad. Bajo circunstancias “normales” Haití ha dado muestras no sólo de inviabilidad como nación, sino de ingobernabilidad, si no histórica, por lo menos de reciente participación. En este instante supremo, con sus instituciones colapsadas —las pocas y magras de ellas — e incluso su gobierno y por tanto sus autoridades además, Haití no es otra cosa que una tragedia con una bandera.

Estados Unidos es un país que tiene el poder suficiente para imponer el orden, y la presencia del Army en la sección occidental de La Española representa una garantía para poner coto a los excesos derivados de la angustia circunstancial. Mas de una razón justifica esa presencia allí, cuyos propósitos están muy lejos de la infame manipulación de Chávez y Ortega. El ejército norteamericano protege a los haitianos de las indisciplinas ciudadanas que, como en “El Señor de las Moscas”, a tenor de las carencias puedan ocurrir y ya están ocurriendo allí. Además, son la indispensable garantía para la protección de los cientos de civiles extranjeros que se encuentran allá, sacrificando su tiempo, su tranquilidad y su integridad física para socorrer a un pueblo en terrible palpitar. Unos 30 estadounidenses resultaron heridos el lunes 18 de enero mientras distribuían ayuda a las víctimas del terremoto del martes anterior en la capital de Haití, según un despacho de AFP. El gobierno de los Estados Unidos —más allá de administración de turno— tiene la responsabilidad, la obligación y el derecho de proteger a sus ciudadanos cooperantes, mientras que otros favorecidos por esta sombrilla benefactora, lo agradecerán. A finales de los '80, Mitjaíl Gorbachov pronunció una frase histórica: "Las grandes naciones tienen grandes resposabilidades".

Por otro lado, sólo el ejército norteamericano podría someter un episodio caótico de escape descontrolado de haitianos desesperados a República Dominicana a través de su aneurísmica frontera, lo que se convertiría en un grave problema regional.

De modo que dan rabia, mucha rabia, estos personajes con antipática vocación de piedra en el zapato como Chávez y Ortega, que desdibujan las coyunturas del momento a su antojo, dando cuerda a resentidos y tontos del planeta, con un antiamericanismo cuya caducidad intentan impedir.

So, God bless the intrusive American noses…

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