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El CUENTERO
por Pepe Forte, editor de iFriedEgg.com
Escrito en la primavera de 1993 y grabado en la misma época como demo para comentario diario en ciernes "En Privado" en Radio Martí.

Al escritor cubano Onelio Jorge Cardoso, en ese afán del gobierno castrista por compremeter a su lado a todas las figuras prominentes, lo bautizaron allá con el rimbombante título, casi nobiliario, de Cuentero Mayor de Cuba. Casualmente —o no— una de las narraciones más ingeniosas del autor se titula precisamente así, "El Cuentero", que describe a un típico campesino cubano de monte adentro que cada noche ante su bohío, contaba historias fantásticas y exageradas a una audiencia guajira que le escuchaba incrédula, pero satisfecha. Juan Candela —que así se llamaba el cuentero— era un viejo mitómano y cascarrabias que no le gustaba que nadie pusiera en duda sus historias ni que le contradijeran.
  
Una noche Juan Candela contó que una vez había dado muerte a un majá de 40 varas. Ante la descomunal talla del reptil, alguien dijo que le parecía mucho, que tal vez el animal hubiese medido 38 varas. Una segunda voz opinó que aún 38 varas era demasiado, que tal vez 36... un tercero apuntó que todavía era una cifra exagerada, que 30 era más razonable. Y así, vara a vara, casi reducen a la serpiente a simple culebra.
  
Juan Candela, que había tolerado la andanada de descrédito, de pronto no pudo más y, rojo de ira, sacó su machete de la funda de cuero y, blandiéndolo agresivo en el aire gritó, "¡AL QUE ME LE QUITE UNA VARA MÁS AL MAJÁ... LO MATO!"
  
Bien. En 1992 como consecuencia del "período especial", los cigarrillos una vez más desaparecieron en Cuba. Fumar se convirtió en una misión imposible para los adictos a la nicotina. La crisis duró unos meses en los que proliferó —como siempre en esos casos—, la manufactura doméstica y la venta clandestina de cigarrillos a precios de mercado negro, hasta que la producción estatal se recuperó.
  
Alguien que conozco, y cuyo nombre no debo revelar porque aún está en Cuba, participó entonces en La Habana de una reunión para discutir el nuevo precio que se le pondría  a los cigarrillos. A la cita asistieron funcionarios de la industria del tabaco, del comercio interior y, como siempre, del Partido, del Poder Popular y tal y tal...
  
En conjunto, tras tres horas de deliberaciones, los asamblearios acordaron duplicar el precio hasta entonces existente de 1 peso 60 centavos —de por sí alto para el salario promedio del país— a 3. 20, el doble, y romper la venta la semana entrante. Pero entonces, y sin aviso como el terremoto... llegó el comandante y mandó a parar, quien de entrada rechazó el precio acordado porque —dijo— él sabía muy bien que la gente pagaba en la bolsa negra hasta 10 pesos por una cajetilla de cigarrillos y que por tanto, ése debería ser el precio estatal.

Sin embargo, alguien se atrevió a argumentar tímidamente que 10 pesos era un precio exagerado, que tal vez 9 sería más justo. Una segunda voz osó rebajar un peso más y dijo que 9 aún era mucho, que por qué no 8 pesos...
  
El comandante —según me contó mi conocido—, se quitó la gorra, se rascó la cabeza y reflexionó. "Está bien —consintió—, pero ni uno menos… 8 pesos". Y se fue.
  
Yo, me creo el cuento, pero no el final. Porque estoy convencido que Juan Candela —perdón, Fidel Castro—, lo que hizo fue sacar su pistola de la cartuchera y, blandiéndola agresivo en el aire, gritó: "¡AL QUE ME LE QUITE UN PESO MÁS AL CIGARRO... LO MATO!". Y palabra santa: 8 pesos.

 

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