Sin embargo, estos dos papas son meridianamente enfáticos a la hora de increpar el embargo contra Cuba y para pedir avenidas hacia ella.
Con Cuba comunista, el Vaticano continúa con su tradicional política de paños tibios y de poner la otra mejilla con tal de sostener su precaria presencia allí a lo largo de todo este medio siglo de castrismo, aunque hoy esa presencia es más fuerte que nunca. La Iglesia ha resistido con la resignación de mártir del Cristo en la cruz todos los escarnios posibles con que la Revolución Cubana la ha ofendido, comenzando con la forzada estampida de los sacerdortes cubanos en el vapor Covadonga a principios de ella, promovida personalmente por el propio Castro hasta, si no la persecusión franca y abierta a la fe —que alguna vez lo fue así— sí su estigmatización.
Inteligente, con la sabiduaría de 2000 años, la Iglesia ha sorteado escollos para prevalecer en su afán de no perder terreno en Cuba. Por eso mira hacia el lado, simula y disimula, calla y otorga, e ignora y finge.
Pero sí ha perdido territorio, no importa cuánto se haya afanado en que no. En el año 2012, como parte de un fenómeno galopante que arrancó tímidamente más o menos en los años 70 y que ya desde los 80 era un asunto desencadenado, la religión afrocubana y otros cultos rituales han desplazado a la Iglesia para una proporción ahora de 80 a 20 (20 el catolicismo). Como cuando Colón llegó a Cuba, Cuba necesita ser re-evangelizada 520 años después.
Por mucho que la política oficial se esfuerce en demostrar que el animismo afrocubano representa no sólo el más genuino tronco cultural de la nación, sino el primordial —más allá de Lidia Cabrera y su monumental obra al respecto, “El Monte”— la pura verdad es que antes de1959 la citada proporción corría en sentido inverso.
La popularidad de las prácticas yorubas en Cuba es directamente proporcional al grado de desesperación y desesperanza de la ciudadanía del país, que encuentra en un babalao y en su consulta de barrio y no en un cura y en su capilla, más que consuelo, respuestas tangibles a su agónica lista de quiméricos anhelos: irse del país; no caer preso por actividad política o económica —ambas ilícitas—; que le pongan en libertad, o que le deje en paz su jefe, el Comité de Vigilancia, el Jefe de Sector de la Polícia, o la Seguridad del Estado. Favorece al hecho, el hecho de que no al sacerdote episcopal, pero sí al sincrético se le puede pedir que le haga o le mande “un trabajo” para su protección, que a menudo más que atemperarla, es una franca solicitud de retribuir con el mal a la amenaza que le atribula.
No se puede decir que a pesar de que las parroquias en Cuba han languidecido durante el último medio siglo, el cubano no siga creyendo en Cristo y en la Iglesia Católica, papal, apostólica y romana. Pero la fe es una cosa, y la militancia otra. Y aunque recientemente se ha producido un revival en la población, camina más gente por la otra acera…
Esta visita del Papa sólo ha servido, de nuevo, para que el Vaticano pueda hincar su báculo y defender su pálida huella en suelo cubano como una certificación de que todavía está allí. Apuesta más la Santa Sede por el santuario que por los feligreses. Por eso y para eso nombró al tenue Cardenal que tiene Cuba hoy y que, pusilánime, juega el juego de cabeza de la Iglesia en allí, mojándose los brazos a veces, pero sin llegar al codo.
Incluso desde la visita de Juan Pablo II, ninguno de los pocos pedidos de éste al gobierno comunista cubano han sido canalizados —¡y ya han pasado 14 años!—, excepto la escuálida observancia del Día de Navidad —no de las Navidades en su conjunto— en 1998, más de tres décadas después que las Pascuas fueran censuradas por Castro desde 1965. Ni siquiera la simple hora evangélica semanal en los medios que él rogó le fue concedida. Un papa como Juan Pablo II, cuya repugnancia por el marxismo era manifiesta y que tuvo un papel clave en la liberación de su natal Polonia y en la caída del comunismo, ante Castro fue genuflexo.
Y… ¿valdría la pena que Juan Pablo II o Benedicto XVI se manifestaran explícitamente contra Castro y su Revolución, allí, en su propia caverna?
Creemos con tristeza que no, que… ¿para qué?, porque esta frase de cierre que viene a continuación y que deseamos que analices palabra por palabra, refleja una triste realidad:
EL EXILIO CUBANO DE MIAMI SUEÑA CON QUE EL PAPA GRITE EN CUBA LO QUE LOS CUBANOS DE LA ISLA DEBERÍAN GRITAR Y NO GRITAN; PERO AÚN SI EL PAPA LO GRITARA… ELLOS SE QUEDARÍAN CALLADOS.