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A propósito del "nido de pájaros"... ¿estaremos criando cuervos?
Los Juegos Olímpicos de Beijing, con la grandiosidad y precisión de la ceremonia inaugural, terminaron por certificar ante el resto del mundo que China se moderniza y crece económicamente. Occidente está fascinado con el gigante asiático. ¿Qué hará China con tanto poder económico y protagonismo mundial? ¿Se volverá contra Estados Unidos?

por Pepe Forte/editor de iFriedegg
11 de agosto del 2008

La inauguración de los Juegos XXIX Olímpicos de Beijing, en transmisión diferida, me tuvo pegado a la pantalla del televisor desde las 7 de la noche del 8 de agosto del 2008 hasta la medianoche. Qué espectáculo. Hacía años que no contemplaba una apertura de olimpíada tan fastuosa como esta. Ni tan anhelada. Ni tan anticipada. Ni tan inquietante...

Me alegra a dónde ha llegado China hoy. O sea, me alegra por los chinos. Es decir, por aquellos seres humanos que tras años de atraso y de limitaciones materiales, ahora ven un nuevo país, aunque no todos han recibido todavía la caricia de la cola próspera del reciclado dragón rojo. Hay regiones del país asiático donde la bonanza de la nueva era no ha podido llegar.

De la bicicleta y un modo de existencia cuasi feudal aún en las postrimerías del siglo XX, por lo menos en los grandes centros urbanos como Beijing, Shanghai, Tianjin  y Qingdao —ciudades todas con más de 5 millones de habitantes; Shanghai la más populosa, unos 20— se nota el nuevo rostro de un país que hasta el 2006 era el único del mundo que todavía fabricaba locomotoras de vapor.  Como se habría dicho en el lenguaje geopolítico de hace décadas, China se ha "occidentalizado". Y ahí viene lo inquietante: ¿Es esto bueno? ¿Bueno para quién? ¿Es peligroso? ¿Los cambios chinos son de toda índole —incluidos los sociales— o se trata únicamente de un performance económico?

Pensando despacio y bien, y pensando de prisa y mal.
Si vamos despacio y pensamos bien, es decir, siendo optimistas y comprendiendo que los cambios no pueden ser sino paulatinos, nos topamos con el hecho de que los chinos —no todos, ya dijimos, pero sí algunos millones ellos— hoy viven materialmente mejor. Los resultados son lentos, pero tras el cambio de ruta lidereado por Deng Xiaoping, China y sus ciudadanos comenzaron a derribar su propia muralla. Los bienpensados creen que este estadío es justamente transicional, mutable, que China continuará abriéndose y que terminará en donde debe hacerlo: en una nación de "participación occidental", libre y democrática. La receta para ello lleva un ingrediente esencial: abrirse y dejarse "penetrar" por Occidente. Y con esto los "puristas" se alarman. Me refiero a quienes creen que al exponerse un país al mercado occidental —y en particular al estadunidense— pierde su identidad, y que Mickey Mouse, Hollywood y las diversas hamburguesas yanquis reemplazarán al patrimonio cultural —acaso milenario— de la nación. No. La globalización es un modo de funcionar universalmente en términos de mercado; no significa que los países que se enchufen a ésta han de renunciar a su cultura como requisito o que la extraviarán como consecuencia lógica. China no abandonará sus lámparas de papel, ni su bella escritura de anagramas incompresibles para los profanos, ni dejará de hablar mandarín o cantonés, del mismo modo que la invasión japonesa a Occidente y al mundo en general consiste en electrónica, tecnología, automóviles y bienes de consumo, y no se basa en la imposición del kimono ni de la costumbre de comer sentados. McDonald's y Coca Cola de por medio y todo, China seguirá siendo tan china como antes. Simplemente, que al visitar la plaza del mercado planetario no negociará con trueque ni con señas, sino que lo hará con moneda de papel de curso internacional como el que más y con las normas por todo conocidas. Y habrá de ser un comerciante competitivo.

Estos dramáticos cambios en China con los que el mundo se ha tropezado ahora casi como de sopetón a la luz de las Olimpíadas de Beijing, el país los venía efectuando ya. Un lado bueno de tal, ya visible y palpable, es la modernización de las ciudades en las que hoy compaginan armoniosamente lo tradicional y auténticamente chino con lo actual. La explosión de arquitectura de las instalaciones deportivas es sorprendente, lidereada por el stadium olímpico "Nido de Pájaro", que no es más que una manifestación contemporánea de la proverbial paciencia china para los calados y las tramas y urdimbres, sólo que esta vez en acero, vidrio y concreto, y a escala monumental. De esta necesaria modernidad, ya patente, los chinos se están beneficiando. Lo mismo sucede con el incremento de automóviles que, paradójicamente, ya comienza a dar sus perniciosos frutos: el smog (el asunto hay que resolverlo y se resolverá, pero por el momento aplaudo la motorización de China). Mas, ¿continuará China desenrollando este cilindro de papel que a cada vuelta revelará un nuevo país? ¿Se dirige a una meta conjunta de economía y mercado, combinada con sociedad civil como un verdadero país democrático... o acaso ya permanece estático en el nivel actual y se quedará ahí? ¿Es éste —Olimpíadas incluidas— el estadío que China ansiaba, un ente dual con cuerpo de economía de mercado y alma de gobierno intrínsecamente comunista?
  
Aún siendo así, a pesar de los pesares, hay que admitir que los chinos viven hoy mejor que ayer a las 5 de la tarde, pero...
  
Pensando de prisa y mal
Si vamos de prisa y pensamos mal, China no va bien. Porque de prisa, y pensando mal, nos quedamos con la desconcertante convicción de que el gigante asiático ejecuta un planigrama de transición política conocido como —¡bingo!— "modelo chino". Se trata de una apertura de comercio y producción típicamente capitalistas pero conservando intactas —o casi— las severas estructuras de poder totalitarias de proyección piramidal comunistas. Unos cambiecillos lavacaras aquí y otros allá, que conduzcan al mundo a una percepción de flexibilidad que, en recompensa, le devolverá tolerancia (¡caramba, hay que entender que el chico malo del barrio no se puede reformar del todo de la noche a la mañana!). Al fenómeno, con sus matices, se le encuentra también en la réplica del "modelo vietnamita", y es lo que muchos analistas suponen que adoptará una Cuba postcastrista. Y esto, para mi gusto —y supongo que para todos los que desean ver a una nación totalmente libre— , es ir mal, muy mal, al contemplar una escena que bajo el manto de una apertura de mercado y consumo, oculta las todavía prevalentes directrices ceñudas de un régimen totalitario. Y lo más preocupante es lo perpetuable de este híbrido, porque Occidente lo bendice y coopera con él.
  
Primero, no hay que olvidar que los chinos no han dicho que han dejado de ser comunistas. El color rojo prevalece en su bandera —please, no me venga con el cuento de las puertas rojas del Feng Shui, que ése es otro rojo y con otro propósito—, y el funcionario que presentó la apertura de la olimpíada y que precedió al presidente chino Hu Jintao en el anuncio de inauguración, fue etiquetado como tal en el subtítulo de televisión en la ceremonia. Mas, esto puede que tampoco signifique nada. Simple estrategia de prestidigitador político, de hacer una cosa con una mano y otra con la otra. Quizás no ha llegado el momento aún de no reconocerse como comunistas, sigan o no siéndolo. A este tipo de regímenes no sólo se les hace difícil desprenderse de una vieja etiqueta, sino que le resulta vital para su propia supervivencia mantener las formalidades del status quo histórico. No es un asunto moral —que los comunistas desconocen—, sino un componente circunstancial y consustancial del propio cambio. Por una lado, requieren de ello para complacer, engañar y mantener a raya a un sector de elementos rancios generacionalmente iconográficos del proceso, que observan los cambios con la repugnancia con que se contempla una traición. Por otro, para mantener la manilla identificatoria de una filosofía de cuyo núcleo más genuino todavía se sirven, con tal no quedar ante Occidente como perdedores a la larga. Es un juego estratégico de oportunismo y conveniencias. Pero el caso es que, sin duda, más allá de los juegos de pirotecnia, el espíritu primordial de la bota Mao Zhedong todavía flota en el aire.

Ahora se ha sabido que durante la inaguración, la bella chinita de 9 años que cantó en la ceremonia dobló la voz de la original, otra niña que por gorda y fea los jerarcas del partido comunista decidieron esconder para dar una imagen de belleza patrimonial. ¿En el lenguaje norteamericano?: Politically incorret. También se ha sabido —como en el cha-cha-chá "La Engañadora"— que parte de los planos de fuegos artificiales televisados fueron intercalados de videos tomados durante los ensayos, porque el 8 el cielo estaba brumoso. Eso no es tan grave; una solución de producción con tal de entregar al televidente un buen show. Pero sí lo es enterarse que el gobierno moviliza a la población para que llene los coliseos, y que continúa limitando y restringiendo en la medida de lo posible el contacto de la población con los turistas y los atletas. CO-MU-NIS-MO...

La desaparición del mundo bipolar y de la Guerra Fría, además de haber dejado como secuela un planeta extremadamente aburrido, transfirió todas las ansiedades de la época al dinero. La ética, el honor y la moral no son engranajes de primera de la vida de hoy. Hoy todo se negocia y todo es negociable, el soborno es ficha de cambio de altos quilates, y el punto de fusión de cada quien ante la temperatura de una cifra dada está en los grados más bajos vistos. China es el socio comercial más grande de Estados Unidos. Mis botas tejanas predilectas son made in China —llamado identificatorio de origen que ahora por común ya me causa menos estupor que el antiguo made in Honk Kong o Taiwan—. Cuando el chinito glorioso y sin nombre, encarnando todo el decoro del orbe ante el portentoso tanque de guerra en el verano del '89 en la plaza de Tiananmén y agitando las bolsas de compra que llevaba, desafíó al imponente cañón con cremalleras y luego el gobierno acabó por las malas el levantamiento estudiantil, el gobierno de George H. Bush, entonces presidente de Estados Unidos, premió a China con el status de nación económicamente favorecida. Casi 20 años después y a sólo unos meses de la apertura de los vigésimonovenos juegos, las autoridades chinas descargaron otra andanada de violencia y atropellos contra el Tíbet, y aún así Bush Part II —George W.—, acudió a la inauguración en Beijing. No creo que debió hacerlo. En el marco de su llegada a territorio olímpico pasó lo que era fácil de suponer que pasaría, el bis-a-bis de las cancillerías: el presidente norteamericano dijo a la prensa que China debería moderar estas conductas y China, por su lado, tildó el regaño de improcedente por ingerencista. Y ahora... ¡vámonos todos para el stadium a ver los fuegos artificiales!
  
Claro que ahí estaban también Zarkosí —¿y Carla Bruni?—, y Luiz Inácio Lula da Silva, y Shimon Peres... ¡y Putin!, que para sus adentros estaría preguntándose desde su butaca según veía las luces de colores, cuántos osetios insurgentes pro-Georgia —que los tiene que haber— y georgianos matarían sus aviones de asalto y sus tanques de guerra.

Este servidor, como ex-ciudadano de un país todavía bajo tiranía —Cuba— me resulta indeglutible el enorme retrato de Mao presidiendo la Plaza de Tiananmén a la entrada de la Ciudad Prohibida, y toda la moneda china, y sabe Dios cuántas cosas más ad infinitum. Indigerible también, que todos los anfitriones de medios y programas de televisión que han estado reportando desde China se refirieran a Mao Zhedong con pulcritud eufemística como "el carismático líder". Ya veo. Ya veo e imagino: En los juegos olímpicos del 2028 en La Habana, bajo una descomunal foto de Fidel Castro en la Plaza Cívica de la capital cubana, un reportero de una televisora mundial le señalará y describirá tan candorosamente como lo hacen ahora de un hombre que ni siquiera se cepillaba los dientes y se desayunaba asustadas doncellas. Pero me pregunto: de ponerle papel carbón a esta situación mas cambiando de personajes, ¿harían igual con Pinochet, o con Franco o con Somoza? Claro que no ¿Y por qué? Porque ni Chile, ni España, ni Nicaragua fabrican snickers, llaveros, condones, relojes de pulsera falsos que parecen de verdad, ni zapatillas de playa que por millones y a precio de bagatela son enviados en contenedores con flete pagado incluido a todo Occidente para abarrotar sus malls y shopping centers.

Me cuenta una pareja que visitó China este año que le advirtieron que se cuidara del taxista que les manejaría en Beijing; y ellos me dijeron que luego notaron que el taxista se cuidaba de ellos. Y que la guía e intérprete, una chica bella e inteligente, terminó rogándoles en voz baja que no insistieran en su invitación a una cena personal de agradecimiento por su trato —que a todas luces añoraba y habría disfrutado y apreciado— porque se "metería en problemas".

China tiene dos caminos para beneficiarse de la prosperidad por la que trabaja y el planeta entero está dispuesto a contribuir: O bien juega la carta de Japón después de la Segunda Guerra Mundial, la de invadir al mundo pacíficamente con bienes materiales, o la de Alemania después de 1933, la de convertirse en una potencia militar para agredir y someter a la humanidad como pretendió Hitler. Pero el mejor símil no es ni siquiera ese, sino este: ¿Querrá China reemplazar el rol perdido de la Unión Soviética? La encrucijada está ahí y China, como un buda gigantesco en pose de nirvana, contempla los dos caminos, una escena metafórica de la que al parecer pocos como yo —y ojalá que errados— visualizamos con un leve escalofrío en la piel.

Me alegra como ya dije que los chinos, sea como fuere, vivan mejor. No ha de ser patrimonio exclusivo de los que, por ejemplo, vivimos en Estados Unidos, el levantarse en la mañana tras dormir en aire acondicionado, ducharse con su jabón escogido, desayunar el cereal de su marca y sabor favorito, y luego irse al empleo al volante de su auto —de la marca, modelo y color deseado—, escuchando su emisora de radio predilecta.

Creo en las ventajas de la democracia y en el poder de conquista que como la ropa cómoda y holgada tiene, que una vez que se prueba, ya no se quiere renunciar a ella. La muestra está en Iraq, cuya marcha hoy en lo que a voluntad ciudadana respecta, a pesar de los pesares, calla de un tapabocas a los que sostienen que Occidente no tiene derecho a llevarle sus patrones cívicos a una sociedad ajena a ellos. Bendita imposición. Cuando bajo las balas y los atentados y —peor aún— envueltos en las contradicciones sico-emocionales por las diversas etnias protagonistas del Iraq post-Hussein, la gente salió a votar como se hace en París, Londres o Washington, aún por un gobierno enclenque, eso demuestra que si de algo carece la democracia es de marcha atrás.

Tal vez esta revolución de seda se le escape de las manos a los gobernantes rojos de China y su gente se sacuda lo que de peso todavía llevan sobre los hombros. Pero es difícil. Yo sí aprendí la lección: La idea tan diseminada entre los "aperturistas", de que las tiranías comunistas no resisten la exposición a la economía de mercado como los vampiros no sobreviven a la luz, y que por eso sus gestores mantienen aislados a sus países y ciudadanos, no es cierta. Justamente cuando Xiao Ping decidió correr el riesgo de hacer la prueba y le salió bien, ahí quedó demostrado que —penosamente—, sí es posible conciliar el autoritarismo comunista con reformas económicas, e incluso con contacto —controlado— a los extranjeros. Quienes piensan que el levantamiento del bloqueo a Cuba —que supondría justamente esto, una exposición del cubano al mundo libre— lleva en sí el germen de la caída del régimen castrista, se equivocan. Pálida si comparada con la de China, y "tropicalizada", esta jugada es justamente la misma que La Habana está haciendo desde hace tiempo —más arriesgadamente con la visita de los familiares exiliados en Estados Unidos desde 1979— y nada ha pasado.

Entre la gente que conozco no he hallado a nadie que censure la presencia de líderes mundiales en la apertura de las olimpíadas pequinesas. Me dicen que no habría sido pragmático no hacerlo y que, además, es una especie de rutina cuyo propósito es animar a las delegaciones de atletas de sus respectivos países. O.K., transijo, pero sólo en parte. Habría preferido la asistencia de vicepresidentes o cancilleres. Los regímenes totalitarios saben leer muy bien entre líneas. Con la presencia de funcionarios del segundo estrato ejecutivo, China habría entendido el mensaje: "Tu sociedad comercial con nosotros depende de tu política de derechos humanos. Deja tranquilo al Tíbet..."
 
Pero no. La presencia de George W. Bush y algunos otros presidentes en el evento fue un pasaporte visado a la tolerancia, una credencial que reza, "no importa lo que hagas con tu gente o con los tibetanos, nuestra alianza comercial es blindada".

Cuando critico la inclinación comercial a China iniciada por Bush padre y continuada por Bush hijo —con Clinton en medio—, y me recuerdan a Nixon, replico que no es lo mismo. La aproximación de Nixon al Tigre de Papel en 1972 —fallida o no— era absolutamente estratégica, en un contexto de guerra fría y grandes responsabilidades globales. Hoy, se trata de tenderle puentes al emporio comercial sólo por lo lucrativa que resulta China.

Todavía el esquema comercial chino-occidental es de disipación mútua económica: China provee al mundo de bienes de consumo a gran escala, que producirlos a gran escala en Occidente es incosteable. Esta avenida de dos vías resuelve nuestras necesidades, mientras engorda a la economía china... que una vez firme y bien plantada, vamos a ver en qué la emplean. China no es Rusia que hoy, cuando ya no es Unión Soviética, todavía produce artículos atrasados y de pésima calidad. Las cosas soviéticas "copiadas" por los chinos eran mejores que los originales. Los chinos tienen talento, son dedicados... y no beben vodka cada tarde. Me asusta qué harán cuando puedan andar por sí solos ¡Y son tantos..!

¿Que de cuál lado estoy?
  
No sé... no me convence la autoproclamada rehabilitación del comunismo. Los comunistas son incorregibles. Putin sabía de la desmedida respuesta —acaso aplazable— del ejército ruso a Osetia del Sur, y allí estaba él de lo más campante contemplando la inauguración de los juegos de Beijing. China, por tanto, puede estrenar en sus cines la última parte de Indiana Jones y media hora antes o media hora después entrarle a palos a los tibetanos. Luego todo Occidente envía una nota de condena, invita al Dalai Lama a una distinguida universidad aquí o allá, lo recibe con honores, y sanseacabó. Todo el ombligo del asunto está en la posición complaciente del mundo libre respecto del cíclope asiático de PVC que dedicadamente estamos hormonando.
 
Adoraría ver una China puramente democrática. El país milenario, paciente, laborioso y trabajador, que inventó el papel, la pólvora, un ingenio mecánico sobre ruedas que siempre señalaba al Norte, y que elevó antes que nadie un objeto más pesado que el aire. La nación de bella cultura y filosofía sabia y aleccionadora, merece un mejor destino. Qué bueno sería contemplarla participar del diálogo común de comercio y civilidades. Pero he de confesar que tengo mis recelos. Me pica la curiosidad por observar in situ si la desconfianza que por ella siento y me pone la carne de gallina, es infundada o no.

¿Recuerda ese refrán de "cría cuervos que te sacarán los ojos"? Pues, no soportaría que los cuervos fuesen rojos —que para eso están los cardenales—, y para colmo... de papel.