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CASTRO reaparece... incorregible

El ex-moribundo dictador se reúne con escritores e intelectuales de izquierda en La Habana por nada menos que nueve horas consecutivas. Lamentan su reaparición quienes a contrapelo de su fe cristiana, desean la muerte del tirano como la última y única alternativa en el fondo de la caja de Pandora para ver a Cuba libre otra vez ya. Castro, incorregible aún en el ocaso de su existencia, volvió a la carga con sus tradicionales y disparatadas penitencias contra el pueblo cubano y de nuevo negó los atropellos de la Revolución o los redibujó a su antojo.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA, y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on Feb/2012

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Deprimente. No sólo su reaparición, sino el hecho de que a tenor de los preceptos y nuestras convicciones como cristianos, los amantes de la libertad tengamos que lamentar la recuperación de la salud de alguien que se estaba muriendo. El “¡gracias a Dios!” que a lo largo de la vida cualquiera ha exclamado al enterarse que un vecino, un amigo o un familiar salió de un estado de coma o que fue diagnosticado en remisión de una enfermedad catastrófica, aún habiendo alcanzado el estado terminal… aquí no nos sale de los labios. Pero en el caso de Fidel Castro, con esta última y más vigorosa vuelta suya a los medios públicos en Cuba, relacionada con su —por lo menos aparente— reanimación, nos vamos en dirección opuesta, y la conducta nos hace bajar la cabeza avergonzados ante el Supremo porque, en vez de agradecerle por el hecho, lo que le pedimos es perdón por quebrar uno de sus más sagrados principios: no desearle mal a nadie ni alegrarse de éste.

Peor aún: hasta nos sentimos tentados a increpar irreverentes a las Alturas por esta nueva moratoria de vida a un ente del mal que, como hijo de puta, más parece serlo del Diablo que de Dios, a pesar de que desde niños nos han inculcado que incluso ésos también lo son del Señor.

Desconsolador que nos sintamos así, que casi calcemos los zapatos de Job en la falta de fe que le hizo famoso en ese pasaje bíblico y que —en el extremo supremo del caso—, nos parezca hasta plausible que en un momento de flaqueza en la cruz, Cristo haya exclamado “Padre mío, ¿por qué me abandonas?”.

Cuba no lleva 24 horas en la cruz del cristianismo, sino más de medio siglo en la cruz del castrismo, que suena parecido, pero qué va, no es igual. Qué cubano, con todo derecho, derecho no tiene a sentirse como Jesús en aquel instante de debilidad.

Y no es infundado este pesar de alma, y ya diremos por qué. Desde que en la noche 31 de julio del 2006, irrumpiera en la televisión nacional cubana su secretario personal el joven Carlos Valenciaga —para estar en el fockeriano circle of trust del dictador hay que ser feo y por añadidura picúo— y comunicara que el Comandante se desolvía en sangre a través de cómo habría dicho Nicolás Guillén el más soez de los orificios, Castro nos ha tenido en vilo en ese deshojar la margarita de se jode… no se jode, y a los cubanos de Miami aguzando al oído para escuchar desde las distancias como Ulises el clamor del canto de las sirenas, si de La Habana nos llega el clamor de su desafinada interpretación de "El Manisero".

Si no nos enteramos de todas —que probablemente han sido varias—, por lo menos tuvo una recaída aguda, aquella de la que emergió y que para convencernos de su triunfo sobre la muerte otra vez nos dejaron ver el video en que parecía un esqueleto —¿rumbero?— en piyamas, haciendo ejercicios enmarcado en el umbral de un elevador, del que no salía —yo no sé, si mi demoro tres segundos ante la puerta abierta de un ascensor, ésta termina siempre apachurrándome contra el marco de metal...

Para certificar que el compañero Fidel estuvo más que jodido jodiendo —como habría dicho Camilo José Cela—, trajeron no al médico chino sino al español, quién además aseguró que the Cuban patient no tenía cáncer. El Dr. —¿Des-Sabrido?—, descubrió el agua tibia: ¡claro que no!, ¿cómo el cangrejo inmortal se va a padecer a sí mismo?

Well… un rumor otra vez acá y otro por allá, sazonado por sus ausencias y/o las más incoherentes de sus reflexiones, nos hacían relamernos de nueva cuenta —perdón again, Señor—, porque parecía que el tirano había avanzado una pulgada más hacia la sepultura. Pero no, que su canción predilecta no era la tradicional tonada de Moisés Simmons, sino esa de Ricky Martin que dice “un pasito pa’lante María, un pasito pa’tras” y que le recomendó a Zelaya que cantara cuando indeciso de su retorno a Tegucigalpa se paraba en la frontera de Nicaragua con Honduras. “Hazme caso, Mel —debe haberle aconsejado Castro— que el babalao del Cimex me dijo que esa canción trae buena suerte…” —por fin, ¿Ricky Martin se casó en Varadero en la exDupont Casa de los Cosmonautas?

La vida, la suerte, y sus protectores —de este plano y supongo que hasta del otro—, otra vez esmeradamente salvaron a Castro. Nadie de su séquito tiene allá los genitales ni la vocación patriótica que tuvo el custodio del dormitorio de Stalin que lo sintió agonizar tras la puerta y se quedó callado para que acabara de morirse. Ya hasta creo en su imortalidad como la del citado crustáceo que prefiere andar en marcha, cuyo desplazamiento tan bien ha imitado Castro durante su existencia.

Castro se despeñó velozmente a las oscuras profundidades del pozo de la muerte sentado en el balde vacío de su enfermedad sujeto a la cuerda del cabrestante. Pero cuando estaba a punto de tocar el fondo, alguien detuvo el torno con vergonzante bícep. Con esfuerzo comenzó a izarlo girando el torno salvador y rechinante hacia atrás. A veces se le escapó otra vez, u otra, —las recaídas de salud—, pero finalmente el que o los que metafóricamente hablando accionaban la ruda manivela del carrete, lograron traerlo al borde y hoy Castro está todavía sentado en el brocal, si bien con las piernas hacia afuera (no olvidemos de todas maneras, que también uno se cae de espaldas al pozo).

Y como el abuelo cuentacuentos, candorosamente sentadito allí, con los pies cruzados ahora sobre las chancletillas Adidas —o más o menos según esto llamó la atención al turulato Jeffrey Goldberg cuando Herr Fifo lo invitó a ver contemplar los delfines, no las cabras—, acaba de darle una perorata de ¡nueve horas! a unos intelectuales ríeles-la-gracia que visitan La Habana, seguro que en uno de esos encuentros de nombres rimbombantemente estalinistas que ya ni me importa precisar.

Decíamos arriba que qué pesar del alma por lamentar que Dios persista en evitar que el sibarita mayor de La Isla en un país donde por 50 años la gente ha pasado hambre, no se atragante con un camarón rozagante como el más saludable de los clítoris, capturado especialmente para él en el archipiélago de los Canarreos. Qué pesar del alma, porque durante su charla, en vez de reconsiderar su vida y su obra y tratar de corregirla con un epílogo decoroso, Castro re-edita la infame novela de la Revolución Cubana acudiendo a los mismos ingredientes que desde su prólogo anticipara. Volvió a mentir, a ser falaz y sofista. Cómo Dios pudo —¡cómo pudiste, Dios!— poner en la Tierra —no ya específicamente en Cuba— a tan incorregible ente.

Castro repitió a los invitados que en Cuba no se reprimía a nadie. Mas o menos, en otra de sus cantinfladas —acaso dedicadamente calculada como las respuestas espontáneas de Mark Twain— dijo que aquel disidente o el otro, que murió de huelga de hambre, no se murió por ninguna convicción —para convicciones, él—, ni por ningún motivo moral plausible que lo condujera a ello… o que si se murió de la huelga de hambre se murió pues… de hambre —y claro, porque le dio la gana, mire usted.

Pero cuando no resistí verle ni escucharle más y apagué el televisor mientras miraba uno de los fragmentos de la conferencia en un espacio de la televisión de Miami, fue cuando esbozó la prohibición de que los cubanos hiciesen ejercicios en las azoteas, porque el satélite, allá arriba, como ojo que emula con del divino, lo ve todo. Dijo que el satélite invade la privacidad ciudadana con su mirada indiscreta —no la de Alejandro Ríos, que ésa es intelectual—, y se proclamó ofendido porque la tecnología hoy se mete impunemente en la vida y milagro de la gente.

E.T... phone home...

¿Y qué, Míster, del satélite terrestre aunque no orbital que desde 1960 usted puso en funciones sin necesidad de cohete, el Comité de Defensa de la Revolución, que vigila cada acto del vecino, cuadra por barrio, barrio por pueblo, según cantaba la finada Sara González?

Ahora, no lo dudo, recomendará —de haber estado más joven y en forma al pairo de esta circunstancia lo habría ordenado al día siguiente—, la Doctrina Topo, que obligue a los cubanos por su propia protección, a vivir subterráneamente. “¿No crees hermanito, que es el momento perfecto para darle uso a aquellos 500 mil túneles en los que nos gastamos más toneladas de cemento que piedras de la Muralla China allá por los años 90 cuando los americanos nos amenazaron otra vez con la quincuagésimosexta invasión?”, le dirá Castro casi con la afabilidad de quien descubre que el huevo frito necesita sal al comandante designado, Raúl Castro, mientras gentil se quita una de las Adidas, empujándola por el talón con la punta del dedo gordo del pie izquierdo.

En el ocaso de su vida, Castro resiste revertir éste con el fulgor del Sol de un nuevo amanecer en su pensar. Castro es incapaz de la dignidad del arrepentimiento, de la magnanimidad de admitir sus errores, de la majestad de la reivindicación por sí mismo. Castro no cree —no puede creer— en valores porque sencillamente éstos no integran su alma, y por eso reincide en girar ególatra en torno a sí mismo y cerrarle de un tirón la puerta al aplomo inherente a la senectud. Qué extraño engendro genético este hombre que desconcertantemente destroza todo pronóstico de la lógica existencial que creemos que, quiméricamente, en esta etapa de su vivir habría de caracterizarle.

Pero no, perro hociquero aunque le quemen los huevos —digo, al revés— desconoce corregirse.

Ha vuelto a aflorar en estas 9 horas —¿no fue la cantidad de ellas que fascinaron a Steven Spielgerg cuando le visitó, o acaso ahora les regaló o los pensadores de la cita una más de extrabonus como en un CD?— el miiiiiiismo Castro de sieeeeeempre…

Sí, ése, el Castro regañón, autoritario, mandamás, el mangán, el che-che, el de las reglas más absurdas y mortificantes de porque me da la gana, así se me antoja, no se discute, y ya está. Bocabajo to' el mundo, como decía Manuel García.

Este mismo que la ha tomado ahora con los ejercicios en la azotea —guayabitos parecer tener allí— es el mismo que antes decidía que las bandejas de los comedores obreros habrían de ser de aluminio y no de porcelana, porque se quiebran; el mismo al que los familiares exilados que visitaban a los suyos en La Isla les exigía ingresar por la aduana del aeropuerto habanero sólo ropa relativa a su género; el mismo que no deja al televidente cubano ver las imágenes del satélite y le prohíbe al ciudadano el acceso a la Internet, a los viajes, y comer un steak de aquella vaca F1 que inventó y los camarones tan grandes como el darwiniano eslabón perdido entre ellos y la langosta con que él sí se atraca (a propósito, ésos son los cinco cubanos presos que hay que liberar).

El 2011 fue el año negro para los dictadores, una especie de segunda puesta en escena de aquel glorioso 1989 en que se cayó el Muro de Berlín, arrastrando tras de sí como el Titanic a sus ahogados a cada ladrillo que representaba un dictador de la Europa del Este, con el rumano Ceaucescu como el peor de todos a la cabeza. Igual, la remoción del poder de Manuel Antonio Noriega en Panamá, que terminó con su ropa interior roja y su cara de piña —pero sin su machete— en una cárcel federal de los Estados Unidos. En el año 2011, cual si se hubiese repetido una alineación de planetas desfavorable a los tiranos y CEO’s del mal, se fueron del aire, comenzando por Túnez con Zine El Abidin Ben Alí, Hosni Mubarak en Egipto, Ali Abdulah Saleh en Yemen, Muamar Ghadaffi en Libia, Kim Jong Il en Corea del Norte, y el productor ejecutivo del Diablo en la Tierra, Osama Bin Laden, donde se escondía en Pakistán.

Pero la guadaña de la segadora de vidas que corta tan bajo como para llevarse en la golilla al más rasante de los romerillos, parece que perdió el filo y no pudo con el cuello de Castro. Y tuvo otra falla: De por allá, por el Oriente, también como al pavo presidencial norteamericano en Thanksgiving, le concedió un perdón creemos que al menos temporal a Mahmoud Ahmadinejad . Este par de asteriscos —el cubano y el iraní— arruinaron lo que habría sido el inventario perfecto, récord, de punto final a mandatarios que ningún pueblo merece, así sorprendemente los aplaudan.

Deploramos este tipo de solución extrema, en tanto que cristianos. Pero a su vez, que Dios nos perdone por tener que admitir que según la naturaleza de estos déspotas aferrados al poder no existe para escapar de ellos otra salida. Por otro lado, la Biblia defiende el reclamo de derechos y territorialidades por la vía violenta cuando no hay otra, y refleja en diversos episodios así el uso de paños más candentes que tibios…

Vamos a ver si La Parca en esos arranques libertarios que le dan aunque ni sepa que son de esa índole —ella hace sólo su trabajo según el pase de lista—, apartó desde el año pasado el postre para este, y cierra su menú con broche de oro en el 2012, llevándose con ella a Castro y a Chávez, en vez de con su su tradicional apero de corte, con una hoz de nítido filo, que resulta más coherente para estos dos casos. Para completar la analogía y con tal de impedir perniciosas resurrecciones, que también lleve consigo el martillo.

Que Dios nos perdone, pero que nos oiga…

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