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CASTRO y los perros de Napoleón

por Pepe Forte/editor de iFriedegg

(Ilustración encima original de la primera edición de Animal Farm, de George Orwell).

Posted on May 21, 2009

 

Hace días que nos nos sorprenden con una nueva foto de Castro.

Las “reflexiones”... el contacto selecto con mandatarios. Estas son básicamente las dos únicas modalidades de certificación de vida de Fidel Castro. Se le vio públicamente en Cuba en el discurso del 26 de julio del 2006 en la Plaza de la Patria en Bayamo, Oriente, medio tieso y lento y medio, incoherente e irremediablemente viejo, todavía con las bolsas bajo los ojos de un reciente viaje en avión por ahí, que no debió haber hecho pero que su ego político le exigió hacer. Y entonces, como habría dicho Edgar Alan Poe… and never more: le acometió, según leyó en el comunicado su miope secretario, la brutal hemorragia anal, repentina e indetenible como cuando una botella de vino tinto se desfonda, y entonces el comandante vestido de verde oliva, todo manchado de rojo, se convirtió en una muestra viva de la teoría de colores complementarios del Círculo Cromático de Oswald. Como habría dicho mejor un cubanazo desde La Isla... la cagazón.

Tras el maratón de operaciones y rumores, y millones de pétalos de margarita deshojadas en un agónico “se muere… no se muere…”, desde La Habana publican inicialmente después del desmadre un par de fotografías del paciente cubano leyendo el periódico Granma y un retrato en el que él mismo se apuntala la cabeza con el antebrazo a modo de pie de amigo. Más tarde presentan el video de un esqueleto en marcha con animación robótica y en plantillas de medias saliendo de un elevador. Esa fue la época en que apareció el médico español (no el chino), Sabrido, del Hospital Marañón... aunque más habría valido que al revés, porque el galenillo peninsular emitió aquella explicación enmarañada de “Fidel no tiene nada, pero no puedo decir lo que tiene”.  También pasó el video de Castro acostado tomándose un heladito, con pijama roja, mientra a su lado Chávez, con una camisa del mismo color, desde sus adentros imploraba al cielo que le concedieran el deseo de darle de comer con una cucharita al enfermo, con la dedicación con que la esposa de un matrimonio antiguo atiende a su marido matungo.

En lo adelante, cuesta trabajo seguir la cronología de fotografías de Castro con alguna gente del mundo, especialmente el desfile de babiecas latinoamericanos que acuden a Cuba y que esperan ilusionados como un chiquillo en Disneyworld que sueña con que Mickey Mouse lo reciba en privado, que como premio a su visita le muestren al patriarca en pampers… o a su doble. Las fotografías son pésimas obras de Photoshop. El infeliz que las hace en La Habana las maneja no porque sea en Cuba quien mejor trabaja el programa de manipulación de imágenes, sino porque es el más políticamente confiable… y lo más triste es que tal vez cree que es un experto aunque el tipo es malo, pero malo de verdad. La peor de todas es la foto de Fidel con el presidente de la República Dominicana, Leonel Fernández.  

 

No creo que Castro todavía es la persona que aún algunos insisten que es. No lo concibo como el convaleciente Vito Corleone que después de la balacera conserva el juicio intacto para aconsejarle con voz gangosa a su hijo Michael en The Godfather que quien le proponga un arreglo con Barzini es un traidor. Podría ser que fuese tal cual, que aún quedándole el casco y la mala idea Castro, desde su camita o su silloncito de moribundo, dicte balbuceante sus reflexiones o ejerza un poder más consolidado, manifiesto en decisiones precisas y rectas como un puñetazo, que sabotean los aparentes intentos de cambios de su hermano Raúl, que luego desarticula con sus columnas en el desinformador oficial de la nación. Me cuesta un mundo creer que un anciano que ha consumido botellones de anestesia general en un tren de operaciones de urgencia, disponga todavía de pensamiento coherente o tenga ganas de meter la mano en algo. Mucha gente sigue imaginando a Castro como un súper ente. Por mi parte, como canta José José, lo dudo…

Podría ser un acto de paranoia, pero soy de los que cree que por lo menos en algún momento han empleado un doble con el que timaron a algunos de estos aduladores idiotizados que casi se ponen orgásmicos —recordemos a la pobre Magda Montiel... ¡y qué marido tan comprensivo!—, cuando ven al Napoleón del Caribe. La nada envidiable satisfacción de estrecharle la mano como al último faraón antes de morir, les nubla la razón.

Con la muerte de Lenin no murió el leninismo, del mismo modo que cuando murió Stalin tampoco murió el stanilismo. Así como se reproduce la figurilla mitológica contemporánea del Gremlin, estos regímenes son capaces de procrear una legión de fanáticos continuadores del pensamiento del finado tirano y lo hacen tan rápidamente como el paramecio se multiplica por bipartición. Ésos, son “Los Perros de Napoleón”.

En Animal Farm (“La Rebelión en la Granja”), del genial George Orwell, que pinta una sátira de un régimen totalitario, en un punto de la novela desaparecen los cuatro cachorros de la perra Bluebell que más tarde resurgen como fieros mastines guardaespaldas del cerdo Napoleón, que detenta el poder omnímodo. Napoleón había “adoptado” a los perritos para “educarlos”.

Estos cachorros robados podrían ser los Valenciagas, Perez Roque, Hassan Pérez, Randy Alonso y otros más que integran una brigada de alucinados fanáticos —algunos de los cuales no conocemos aún— amamantados, adoctrinados directamente por Fidel y que podrían ser en este momento, al menos con poder ideológico en la mano, la piedra en el zapato para Raúl y algunos reformistas. Elementos coaccionadores que terminan haciéndole un setback a declaraciones como la de “vamos a discutir todo, todo, lo que quieran los americanos”, que han esperanzado a algunos. Pero detrás, viene el portazo. ¿De Fidel? Podría ser... pero estoy seguro que si pudiésemos mirar la puerta con detenimiento, hallaríamos pulgas en el picaporte...

La única diferencia entre los perros de Napoleón y los de Castro es que éste último, cual Saturno devora a su hijos, si los tiene que sacrificar, los sacrifica.

Bien empleado les está…