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Los zapatazos de la ESPERANZA

por Pepe Forte/Editor de i-Friedegg.com
Lunes 15 de diciembre de 2008

El domingo 14 de diciembre del 2008, durante una sorpresiva visita a Iraq y mientras se encontraba en una conferencia de prensa en ese país, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, fue agredido por un fanático que le lanzó dos zapatos, uno primero, otro después. Con tino, y sorprendentemente sin sobresalto, de una manera licuada Bush eludió los inusuales proyectiles, que luego supimos que eran talla 10. Justo al lado de Bush, tras el podio contiguo, se encontraba el Primer Ministro iraquí Nuri al Maliki, que pudo haber recibido los zapatazos por pura carambola.

El improvisado pitcherwild por demás y con el mal gusto de ser simpatizante del Che Guevara—, se llama Muntadhar al-Zeidi, es un camarógrafo de la televisión iraquí, y se ha convertido de la noche a la mañana en un héroe por allá, al que justifican su incapacidad de strike: le echaron la culpa a las pobres aptitudes aerodinámicas de los zapatos...

Al-Zeidi fue reducido por un colega en el recinto. Llama la atención —preocupa‚ en realidad—, que el servicio secreto responsable de la seguridad del presidente norteamericano tuvo una pésima actuación y se supone que a esta hora sus miembros y jefes deban estar recibiendo por los fondillos los zapatazos a los que escapó Bush. Pudieron haber matado a su mal protegido si los objetos lanzados —de acertar, desde luego— hubiesen sido de otro de género, más sólido; eso, sin mencionar explosivos enmascarados. Claro, enseguida algunos medios se apresuraron a explicar casi con candor que lanzar zapatos en las naciones árabes no persigue causar daño físico, sino que se trata de una antigua costumbre cultural cuyo propósito es apenas ofender (la muerte por lapidación también es una tradición, aunque los apedreados no la ven tan folclóricamente, les recuerdo...)

Mas este no es el único motivo de mortificación de la caricatura de atentado. Irrita la esencia del incidente (a pesar de que se desconoce si los zapatos olían). Si éste hubiese ocurrido tal cual en la calle al paso de la caravana oficial norteamericana, protagonizado por un ciudadano común, podría extendérsele el manto de cierta comprensión, porque al fin y al cabo, cualquiera le tira un hollejo a un chino (a Nixon, siendo vicepresidente, le lanzaron tomates en 1957 en una visita a Perú y Venezuela, aunque luego dijo que no fueron para él, sino contra el feo Ford Edsel en que viajaba). Pero nuestro alucinado de turno, con su calzado al aire, desconoció —si pudiésemos llamarle así— la santidad de una conferencia de prensa y su propia condición de profesional de los medios. Si su disgusto con Bush —o cualquier otro mandatario— era tan grande que expresarlo le resultaba inaplazable, como periodista bien pudo fastidiar al presidente con preguntas perversas cuando le tocara su turno o, en el peor de los casos, armar un escándalo vigueta, indecencias incluidas para sazonar la gritería. Pero el desgraciado pisoteó la clase que lleva y exige la profesión y, lo peor: ¿nos obligarán en lo adelante a los periodistas a descalzarnos en las conferencias de prensa de alto nivel por razones de seguridad? (¿Estará detrás de esto Dr. Scholl's..?)

Sin embargo, una nota de aliento hay en este injustificable hecho, así levantara chichones. Estos, fueron "los zapatazos de la esperanza". Esos zapatazos, aún si hubiesen dado en el blanco, pagan, retribuyen, recompensan todo el dinero, la sangre y las vidas que la guerra de Iraq ha costado, en el afán de contemporaneizar a un país que todavía una pequeña parte de su ciudadanía (como el patético tirazapatos fanatizado) insiste en hundir y mantener en el pasado. ¿Por qué? Hace tan sólo cuatro años, cuando a Iraq lo martirizaba Saddam Hussein, si ese mismo periodista le hubiese lanzado un bolígrafo en una conferencia de prensa, la seguridad del hoy ajusticiado tirano lo habría liquidado en el acto ante las cámaras de televisión. Gracias a George W. Bush, en el presente, un ciudadano iraquí puede lanzar zapatos a un presidente extranjero que habla junto al del país, y su vida es respetada. Tal es el legado de nuestros jóvenes muertos o mutilados...

Por eso, repito, esos son los zapatazos de la esperanza. La esperanza de que Iraq no volverá sobre sus pasos. Hasta los que odian la presencia norteamericana allí pueden exteriorizar sus sentimientos, aún oblicuamente como este infeliz, sin peligro para su existencia. A la larga, la guerra de Iraq, lamentable como todas ellas, valdrá la pena, cuando quistes existenciales como este agresor desfasado sean barridos por la historia, y lo que vale de la población de ese país, que ya dio muestras de no querer virar atrás cuando bajo los atentados y las balas perdidas salió a votar por el primer gobierno democrático de su milenaria existencia, continúe su marcha a la contemporaneidad universal del siglo XXI, conservando sus tradiciones. Que al sabor de la libertad ya no se renuncia, ni a las dulzuras de las civilidades, que son como el día que pasa, cuya alternativa obligada nunca es el ayer, sino el mañana.

Qué bueno. Resulta que ahora la esperanza vuela...  y acaso lleva cordones...